Me entretuve en contar todas las mudanzas que he realizado en mi vida: suman veintinueve hasta hoy, sin contar pequeños traslados.
En todas me fui sin llevarme nada. No guardo más que recuerdos. Ni fotografías, ni objetos, ni "cosas". Exceptuando los anillos de boda con Manuela, y la medalla de mi primera Comunión, gracias a mi madre.
Si la muerte es irse sin nada, me pillará preparado.
Pero la verdad es que siempre hay algo que no tiras nunca y no es necesariamente una cosa. Para mi son una luz, una espera o un nombre. Muchos nombres.
Quizás sea una habitación en la penumbra, provocada por las rendijas de una persiana , y uno de crío sentado en las espaldas de tu padre haciendo flexiones, o una casa sin puertas y el amor desbocado y descalzo , o quizás una hora en un día concreto, en una cafetería que se llamaba Otelo, o un atardecer en el Cortile de san Dámaso abrazado a Juan Pablo II, o un encuentro inesperado y feliz en la trastienda de un catering...cada uno tiene sus recuerdos.
Es algo de lo que te quedas prendado, sin motivo, sin necesidad. Es una fidelidad silenciosa a lo que pasa y a lo que esperas. Es un amor taciturno, inmóvil: se posa en el fondo del alma, como en el fondo del hueco de una manos que beben de la fuente.
Deja una nada de luz, un polvo de cielo azul.
Puede llegar a través de un libro, en una estación de tren , de una invitación anónima a pasar unos días no sé donde, o a través de una balada. Puede llegar con cualquier porción del mundo o del alma. Y te acompaña, y te sigue a donde vayas.
El tiempo pasa, pero existe esa cosa, esa claridad, ese nombre.
De vez en cuando la debes considerar aparte, como ella exige, en silencio. Y ves que no envejece, no cambia. Brilla como el primer día que la escogiste. Y sabes que esta cosa que has escogido, que da luz y te guarda, reside simplemente ahí.
Y esta cosa ¿para qué sirve? Para nada. Está exenta de la utilidad mortal de todas las cosas de la vida. Brilla por su inutilidad. Lo que no sirve para nada, vale para mucho. Tiene su lugar en el mundo, en el alma, en esa belleza que no se apaga.
Tiene lugar en todas partes. Puedes deshacerte de todo menos de esa cosa. Menos de este nombre, menos de este cielo, de una primavera en la vida que no se apaga jamás. Ese centro de gravedad te retiene y te vuelve a llevar ahí cada vez.
La dulce pendiente te inclina el corazón y el alma hacia esta única cosa, como hacia un reposo. No es un enigma, es un misterio de la infancia.
Esas cosas no necesitan ser ordenadas , lo hacen solas. Y te voy a contar un secreto, al menor para mi son eso: migajas de la existencia de Dios.
Esa manía que tenemos de guardar cerca de uno esa ramita, una piedra, un silencio…
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