miércoles, 9 de agosto de 2017

SOBRE ESA SANTIDAD QUE NO CONOCEMOS.

Los santos  que he tratado  jamás  decían cosas  como "quiero ser santo".  No definían su  identidad por sus  deseos de ser santos. 

Hubo  un  tiempo  que uno, confundido  y  mal formado, creía  en esa  santidad. ¡Dios!, ¡qué error!

Los santos  que traté, y trato, pueden tener  edades  muy distintas. Desde seis años  hasta 100  años. 

¿Qué  tenían  en común?:  que  no se daban un pijo de  importancia. Que no predicaban si rezaban por ti, o si rezaban. Que andaban  por  la  vida  con una naturalidad  maravillosa, un  garbo  alegre. Actúan  como  si  nunca  hubiese  ley  que cumplir, ni normas, ni moral. Y, sin  embargo, son honrados, fieles, sinceros, compasivos  con el   prójimo, generosos.

Un pez  no sabe  que el agua  moja, y nosotros vivimos  sumergidos en el aire  y en la  luz, pues estos  que hablo son lo  mismo  que  el sol da  su  luz : dan amor  sin darse  cuenta  de  que  lo hacen.

Un sacerdote, con  funciones  muy  importantes en una institución, asiste al banquete de una boda civil de un hermano divorciado , que se casa  con otra persona  divorciada. A  todos  les  llama  la atención. A mi no. Lo conozco.

Una  pareja homosexual  que  ayuda en una parroquia en el barrio chino de Barcelona, se quejan al  párroco de  la falta de sensibilidad de la Iglesia  con su  situación. El presbítero les  convoca al día siguiente ante el altar.

Los  invita a arrodillarse delante del Sagrario  y  les dice:

-  Yo  no  puedo casaros, pero  nadie  me impide  bendecir el amor  que os  tenéis,  y  que  Dios  también bendice : yo os  bendigo en el nombre del Padre, del Hijo....

Joaquín ,  un antiguo  alumno  enfermo de Esclerosis, treinta años  en silla de ruedas, paralizado y con una agonía   muy larga. Entrar en su  habitación es vivir  en la alegría, en la luz , en la paz. Vive como un gorrioncico en la palma de  la  mano de Dios: ni una  queja, ni un mal gesto, ni una  impaciencia. Siempre  una  broma. Sin sermones, sin preguntas. Agradecido.

Una  mujer  entra en casa  , su  marido  le  dejó  y debe sacar adelante  tres  hijos  pequeños. Los adora. Cruza  la  puerta  y  tiene el corazón que le da saltos  y  canta. Está muy jodida  y, sin embargo, encuentra en los ojos  de sus  hijos   una razón para reír hasta  que se acaba  el  mundo. 

Y mucha  más  gente  como   ellas. Desconocedoras de  sí  mismas y trayendo al  mundo   un   bien más  preciado  que  la vida.

Tú, que  deseas  la santidad, no  te  confundas: son tan  numerosas  las  luces y gracias  que  nos han concedido que, aún queriéndolo, no  podríamos  echarlas a perder.



8 comentarios:

  1. Muy bonita esta entrada! Mucho más que la de ayer, desde luego... Emma Morley

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  2. Me ha encantado la entrada de hoy. Me gusta mucho cuando transmites optimismo. Un abrazo Suso!

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  3. Pues a mi lo del párroco no me acaba de. la verdad.creo que no le toca esta bendicion.es mi opinion

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  4. El párroco sólo bendijo un amor. Eso se puede hacer,como bendecir muchas más cosas y personas.
    El párroco era el rector de Montelepre.

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  5. Tienes más razón que un santo!

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  6. Tu crítica a los deseos de santidad sólo la comparto parcialmente. Entiendo que detrás de lo que dices hay una verdad que tiene que ver con un cierto fariseismo moderno.

    Pero estarás de acuerdo conmigo en que no todos los que desean la santidad como proyecto de vida son fariseos.

    La clave en esta cuestión pienso que está en ser humildes (vaya descubrimiento jaja).

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  7. Ok...pero son más los santos anónimos.

    Aunque prefiero hablar de ejemplaridad.

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