Los santos que he tratado jamás decían cosas como "quiero ser santo". No definían su identidad por sus deseos de ser santos.
Hubo un tiempo que uno, confundido y mal formado, creía en esa santidad. ¡Dios!, ¡qué error!
Los santos que traté, y trato, pueden tener edades muy distintas. Desde seis años hasta 100 años.
¿Qué tenían en común?: que no se daban un pijo de importancia. Que no predicaban si rezaban por ti, o si rezaban. Que andaban por la vida con una naturalidad maravillosa, un garbo alegre. Actúan como si nunca hubiese ley que cumplir, ni normas, ni moral. Y, sin embargo, son honrados, fieles, sinceros, compasivos con el prójimo, generosos.
Un pez no sabe que el agua moja, y nosotros vivimos sumergidos en el aire y en la luz, pues estos que hablo son lo mismo que el sol da su luz : dan amor sin darse cuenta de que lo hacen.
Un sacerdote, con funciones muy importantes en una institución, asiste al banquete de una boda civil de un hermano divorciado , que se casa con otra persona divorciada. A todos les llama la atención. A mi no. Lo conozco.
Una pareja homosexual que ayuda en una parroquia en el barrio chino de Barcelona, se quejan al párroco de la falta de sensibilidad de la Iglesia con su situación. El presbítero les convoca al día siguiente ante el altar.
Los invita a arrodillarse delante del Sagrario y les dice:
- Yo no puedo casaros, pero nadie me impide bendecir el amor que os tenéis, y que Dios también bendice : yo os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo....
Joaquín , un antiguo alumno enfermo de Esclerosis, treinta años en silla de ruedas, paralizado y con una agonía muy larga. Entrar en su habitación es vivir en la alegría, en la luz , en la paz. Vive como un gorrioncico en la palma de la mano de Dios: ni una queja, ni un mal gesto, ni una impaciencia. Siempre una broma. Sin sermones, sin preguntas. Agradecido.
Una mujer entra en casa , su marido le dejó y debe sacar adelante tres hijos pequeños. Los adora. Cruza la puerta y tiene el corazón que le da saltos y canta. Está muy jodida y, sin embargo, encuentra en los ojos de sus hijos una razón para reír hasta que se acaba el mundo.
Y mucha más gente como ellas. Desconocedoras de sí mismas y trayendo al mundo un bien más preciado que la vida.
Tú, que deseas la santidad, no te confundas: son tan numerosas las luces y gracias que nos han concedido que, aún queriéndolo, no podríamos echarlas a perder.
Muy bonita esta entrada! Mucho más que la de ayer, desde luego... Emma Morley
ResponderEliminarMe ha encantado la entrada de hoy. Me gusta mucho cuando transmites optimismo. Un abrazo Suso!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
ResponderEliminarPues a mi lo del párroco no me acaba de. la verdad.creo que no le toca esta bendicion.es mi opinion
ResponderEliminarEl párroco sólo bendijo un amor. Eso se puede hacer,como bendecir muchas más cosas y personas.
ResponderEliminarEl párroco era el rector de Montelepre.
Tienes más razón que un santo!
ResponderEliminarTu crítica a los deseos de santidad sólo la comparto parcialmente. Entiendo que detrás de lo que dices hay una verdad que tiene que ver con un cierto fariseismo moderno.
ResponderEliminarPero estarás de acuerdo conmigo en que no todos los que desean la santidad como proyecto de vida son fariseos.
La clave en esta cuestión pienso que está en ser humildes (vaya descubrimiento jaja).
Ok...pero son más los santos anónimos.
ResponderEliminarAunque prefiero hablar de ejemplaridad.