Ando por la calle hacia la estación de sant Cugat.
Todos los días me cruzo con las mismas personas. Disfruto interpretando esos rostros, como partituras con su propia clave, y su melodía escondida.
Recuerdo mujeres que amé. Me chiflaba verlas muy cerca, mirándolas a los ojos. Amar a alguien es leerle. Es conocer todas las frases que están en el corazón de la otra persona y al leerlas, liberarlas. Es desplegar su corazón como un pergamino y leerlo en alto, como si cada uno fuésemos un libro escrito.
Hay más texto escrito en un rostro que en todos los volúmenes de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Hay rostros que tienen hasta notas a pie de página.
Una de las cosas de mi infancia que me hacían disfrutar de verdad era que mi madre me contase una y otra vez algún episodio de mi infancia. Era como volver a leer un texto de mi vida, o rememorar una película protagonizada por uno.
Hay personas a quienes nadie les ha leído. ¡Están tan solos! : caras tristes de contener las frases que ninguna mirada ha recorrido jamás. Son como libros cerrados. Una madre lee en los ojos de su hijo antes de que él sepa expresarse.
Lo más terrible que pueda suceder, entre dos personas que se aman, es que una de las dos, piense que ya lo ha leído todo del otro y se aleje. El corazón sólo está acabado y hecho cuando está fracturado por la muerte. Hasta el último momento se puede cambiar el contenido del libro. No acabamos de leer mientras que el otro está vivo.
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