martes, 5 de mayo de 2020

CHARLOT: UN MODO DE SER Y DE VIVR LA VIDA.

Hace un mes leí la autobiografía de Charles Chaplin.

Él mismo definió a Charlot como " un caballero en busca de un romance".

A él, a Charlot, debo parte de mi educación sentimental. Mi  infancia se nutrió de sus películas. Siempre se comportaba como un caballero, sobre todo si había  faldas por medio. Su cine está lleno de muchachas en apuros a las que él ayuda a salir adelante. En Luces de la ciudad se trata de una ciega.  En Tiempos modernos, de una mendiga. En La quimera del oro, de una pobre emigrante. En Candilejas, de una bailarina que se intenta suicidar y a la que una extraña dolencia impide mover sus piernas. De todas ellas se ocupaba este don Quijote. Porque Charlot es un caballero.

Y de todas se enamora. 

Me identifico con ese hombre porque uno también es así: ponle una falda a una farola y ya estoy diciendo tonterías.

Leí que la poesía es vivir en el filo, a punto de caer de donde no se vuelve. 

Charlot,  no Chaplin, siempre estaba en ese punto, era como esas cabras que ramonean en las laderas más abruptas de los acantilados, y que no podemos ver sin estremecimiento, aunque ellas viven tan felices y tan campantes,  ajenas al peligro que corren. 

Chaplin sufrió. Mucho. Su madre estaba loca ,fue ingresada bastantes veces en diferentes manicomios. Sin embargo, no se olvidó de ella  

Parece que detrás de todas las muchachas desamparadas que aparecen en su cine está el recuerdo de esa madre niña y loca. El  deseo de regresar a su lado y salvarla. 

Esa necesidad de ayudar  a una cieguita a recuperar la vista o a una paralítica a que volviera a bailar , son cosas absurdas e improbables. Cosas que surgen de la necesidad más extrema, de ese vivir en el abismo. 

Ese  amor del perdedor que con frecuencia desaparece con un fundido en negro mientras anda hacia un horizonte, solo y feliz.   Ese Calvero en Candilejas es su canto del cisne, pues debe renunciar a la joven bailarina de la que se enamora. ¿Qué puede, en efecto, ofrecer un cómico viejo y cansado a una muchacha que empieza a vivir? Amarla, es dejarla marchar. Ése es el significado de su última escena. Calvero se está muriendo, pero pide que le pongan entre bambalinas para despedirse de ella. 

La misma en que enseguida vemos a la muchacha bailar. 

Ese hombre tenía el don maravilloso de los niños que transforman todo en gracia. Y vivía fascinado por las muchachas. Cometía por ellas todo tipo de locuras, se volvía generoso, se le ocurrían las cosas más disparatadas para ayudarlas a sobrellevar sus penas. 

De él aprendí una forma de amar, y así me fue. Un modo sentimental, romántico, inmaduro, que vive sólo para estar a su lado y hacerlas reír y cometer  muchas tonterías.

Pero, ¿de verdad hay otra cosa que merezca la pena?





No hay comentarios:

Publicar un comentario