miércoles, 27 de mayo de 2020

UN DOMINGO CONFUSO EN LA ESTACIÓN DE CAMBADOS.

De todas las cosas que me ocurrieron el domingo  juraría que aquella persona que  me crucé  en la estación de autobuses de Cambados   fue la única que de verdad me sucedió. 

Pasó cerca de mi mesa a la hora del desayuno, del  que daba  buena  cuenta en una   cafetería . Entró , dio una docena de pasos hasta uno de  los aparadores con bols de frutas, sandwichs , embutidos. Hablaba  por  teléfono. Cada pisada  en su horma, como un aplauso en unas manos. Cada uno de sus pasos con la holgura precisa, como las zancadas de las tops models en la pasarela  Cibeles , triangulando   isósceles como un compás en manos de Miguel Ángel . Vertical , felina y silenciosa, almohadillada , una  caligrafía estilográfica al andar.

Recordaba  un velero atravesando la fresca madrugada  de la mañana con el bauprés  que estela  las baldosas con sus  zapatos de tacón. 

Leía  "La Voz de Galicia"  mientras   sorbía  un cortado. Al ver  aquella  mujer al  periódico se le quedaron   mustias  las páginas y perdí todo  interés.

Entonces , cogió un bol de frutas variadas, se  giró perfumando  de  aromas caramelizados  mi  entorno, y se  largó  por donde había  venido  sin pagar. Por la cara. Por la patilla, la tronca.

La seguí. Continuaba  hablando  por  teléfono, aunque me temo era una estrategia.  

Poco  después  me crucé con ella en el Paseo Marítimo.

- Oye, ¿puedo  hacerte  una pregunta?

- Usted dirá- contestó con voz  afónica y mirada  Dietrich

- Antes, en la  cafetería-  ...me pareció que  no lo has pagado...

- Es que soy la dueña- dijo con  ojos  picaruelos  . 

 En las cafeterías   de las mejores estaciones  del mundo tiene  que haber mujeres así, con la  mirada algo cansada de andar  de acá  para allá, con las  pestañas  pintadas  y labios  que parecen  besar  al campeón del Tour  . 

Interesante  ser  humano, me dije. Pensé que el número de teléfono de una mujer como aquella pertenecería a los misterios insondables de la caja fuerte  del Banco de España . ¿Cuántos  cadáveres  tendrá  a la vera  del río de su vida  pudriéndose entre  los juncos de un pantanal?

Seguí a andando , pero  tenía estampada en el rostro, como una calcamonía , la imagen de  aquella  mujer...¿qué tendrán las mujeres  malas?

Al  llegar a  casa mi día estaba lleno de malos presentimientos  ,  mientras en mi corazón  se arrugaban el tiempo, la luz y el sol. 

Cuando  estoy así la tristeza  puede  hacerme  que  vaya donde  no quiero ir.





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