miércoles, 13 de mayo de 2020

MEMORIA DE DON JUAN ANTONIO GONZÁLEZ LOBATO ( I)

Me piden lectores amigos que escriba unos recuerdos de Juan Antonio González Lobato. 

La primera vez que lo vi fue en una convivencia en una casa de colonias que tenía  la Caja de Ahorros de la Inmaculada en Comarruga. Fue una semana santa de 1974 que me marcó en muchos sentidos. Allí vi el mar por primera vez en mi vida Tenía dieciséis años.

Desde el vagón del tren ,  antes   de ver el gran azul se adelantó el olor a sal. Imposible olvidar esos colores, esa luz, y la impresión pueblerina del que exclama " ¡joder, cuánta agua!".

Conocer a Juan Anlato ( así le llamaba, jugando con su nombre y apellido : Juanlato Gonzolio Lobatez), conocerle, digo, fue como el que recibe el fogonazo de magnesio que queda impresionado en mi imaginación de por vida ( este símil del "fogonazo" a él le chiflaría). 

Fue una tertulia alucinante, inolvidable y, para mi, definitiva. Juanlato hablando era barroco, exagerado, excesivo. Le gustaba pintar las cosas que contaba, darles vida, recrearse.  Fueron horas charlando de México, de Montefalco, de aquellos poblados perdidos  donde durante años bandidos disfrazados de curas habían realizado todo tipo de abusos sobre los indígenas y él , sacerdote joven,  celebraba misa con un rifle  apoyado en el altar , intentando ganar la confianza de esas gentes.

Y esa estrella sola de la mañana. ¡ Dios, qué bien contaba la historia de esa estrella  que arrastraba tras de sí la luz del día!...después habló de vocación, ¡ y de qué modo!

Aquel encuentro duró horas,  contó chistes, anécdotas, sacó una pulga imaginada que hacía juegos malabares siguiendo sus órdenes. Después de cada indicación simulaba quitarle una patita a la pulga. Al final, lógico,  el bicho , sin patitas, no se movía...

- De este experimento se sigue - afirmaba muy serio- que si le quitas las patas a una pulga ésta se vuelve sorda.

De aquellos días regresé con la decisión de entregar mi vida a Dios en el opus dei. ¡ Yo quería ser así!. Morir por un ideal, quemar las naves.

Me había formado en los jesuitas, pero nunca había oído hablar así de Dios, de dar la vida, de dar la vuelta al mundo como un calcetín. Ese hombre transmitía vivir la vida como un poema enamorado.

El 26 de mayo de aquel año , un domingo, escribí a carta pidiendo la admisión en la obra. Cuando regresaba a casa, ya de noche, solo,  dije en voz alta - ¡ no se me olvida! - " en qué lío te has metido".

No volví a ver a Don Juanlato hasta unos años más tarde...




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