sábado, 9 de mayo de 2020

DE RANAS , GOLONDRINAS Y SOLEDADES.

Una niña preguntó a un sacerdote ingenuamente por qué cuando pasaba junto al estanque del jardín las ranas que estaban sentadas en el borde se zambullían en el agua y se ocultaban. El cura le replicó sonriendo que ese era el lugar en que se sentían más seguras. Tan solo allí podían defenderse y estar a salvo. 

Y así debía hacer también ella: escapar cuando las cosas no le fuesen bien, cuando el mundo exterior hiciese mucho ruido,  se zambullese  en ese centro, que es Dios, escondiéndose en él.

Muchos años después, el sacerdote le escribió " no olvides esconderte  e irte  a lo más hondo". 

En el pensamiento místico, esa búsqueda del vacío conlleva la promesa de una unión, de un encuentro con otra realidad. El vacío no se confunde con la nada. Es un umbral y puede ser tocado por la gracia, convertirse en el tránsito hacia una realidad más plena.

Con frecuencia, mientras ando por el campo, encuentro bandadas de golondrinas o vencejos que sobrevuelan sobre el cereal y se zambullen literalmente en las espigas buscando insectos. Es bello verlas.  Y uno no puede menos que recordar la frase de " entra en el gozo de tu Señor". 

Uno reza muy mal. Muy mal. Pero no me cuesta imaginar qué sensación sienten las ranas en el interior del estanque, o las golondrinas en la espesura del espigar. 

Y tampoco qué debe sentir un alma en esas profundidades.

De todas formas, cuando salgo a andar, a pasear en esas soledades de Teaño, Estacas, o la Bragaña, eso es lo que busco.

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