Sus meditaciones eran inolvidables, aunque no del gusto de todos. Se adornaba tanto, y daba tantos giros poéticos, abusando de recursos como los silencios, o giros poéticos y esas cosas , que a alguno les sacaba de sus casillas.
Una tarde se refería en una de ellas a la lección que le dio en Zaragoza " una noche fría me encontré con una niña...¿ o era niño?...no lo recuerdo"...
Siguió hablando de esa lección que le dio " esa niña...¿o era niño?...no lo recuerdo"...
Y terminó refiriéndose por fin a la lección que le dio " esa niña...¿o era niño?...no lo recuerdo".
En esa meditación estaba Antonio Valero, primer director del IESE y una de las personas más guasonas que he conocido, y soltó en medio de la oscuridad del oratorio:
- ¿ Se puede saber, Juan Antonio, qué haces tú hablando con travestis en Zaragoza.
Las risas se oyeron en Sebastopol.
Pero era hombre humilde. A veces le cortaban las meditaciones por lo sano, pues se le iba el tiempo hasta más allá de la media hora de rigor, y nunca le pareció importarle. Y lo de cortar por lo sano era siempre algo brusco. Levantarse la peña y marcharse.
Era genial.
Una mañana estaba en el despacho de Viaró recibiendo una bronca del director, Javier Guillén. Creo que era porque en un dictado en clase de Lengua - me los inventaba- había recitado " el pastor de las ovejas, Guillén Mengele, tiene cera en las orejas"....y, claro, algún padre gilipollas le fue con el cuento, y el dictado escrito por el niño, al director.
Estaba recibiendo la bronca y se abre la puerta de dirección. Era don Juan Antonio. Entró enfadado, parecía que el mosqueo venía de alguna conversación que habrían tenido minutos antes.
- Mira, Javier, de lo que me has dicho antes creo que...
Y Guillén se levanta, se pone en posición de firmes, imita como que toca una corneta, y delante de las narices del mosén comienza a tocar " TATÍTARARÍ, TARARÍ!!!
- No te burles, Javier, hablo en serio...
Y el otro seguía " ¡¡¡TATÍTARARÍ, TARARÍÍÍÍ!!!
Yo, en medio de los dos, no sabía qué hacer. Todo era surealista...así que me levanté y me puse a tocar la trompeta al lado del director , mirando a don Juan Antonio., ¡¡¡TARARÍ TARARÍ!!!
Y se fue.
Lo que me sorprendió es que no se enfadó.
Era muy bueno.
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