El primer muerto que vi fue un sacerdote jesuita. Se llamaba padre Celma.
Yo tendría ocho años. El hermano Urdániz, un hombre de ángulos vascos, alto, enjuto, pelo cortado a cepillo, ojos achinados , manos de pelotari, y aires pederastas- le encantaba acariciar muslos de niños- entró en la clase y avisó al profesor.
Le seguimos en dos filas hasta una pequeña capilla. Allí estaba. el muerto. Vestía de sotana, las manos recogidas , con un crucifijo entre los dedos blanquísimos, parecían de cera, los ojos cerrados, y muy serio.
Lo de muy serio parece que lo diga en coña, pero no señor. A esa edad infantil eso es lo que más me impresionó. Aquel hombre estaba muy serio.
Lo habían colocado sobre una mesa cubierta con un faldón rojo.
Nos colocaron alrededor del cadáver, y el hermano Urdániz comenzó a rezar un misterio del Rosario por el eterno descanso del alma del padre Celma. Yo tenía la cabeza de Celma a escasos centímetros de mis ojos. Lo miraba con la atención, perpleja, asustada, impresionada de un niño. De un niño que ve su primer muerto. El hombre allí, todo pasmado y circunspecto, y yo mirándolo nariz con nariz.
Mientras contestaba el avemaría , acerqué el dedo al moflete del padre y apreté la mejilla....¡ horror!, ¡ se abrió la boca!. Y, derepenete, depronoto, asoma un algodón , como cuando los magos en el circo sacan un huevo de la boca , y no sabes de dónde ha salido esa bola blanca. Y el cura pasa de estar serio a posición de merluzo, dicho esto sin ánimo de faltar.
Alguien me mete una ustié con su mano de pelotari en la cabezota y grita " ¡¡¡ Mendive, fuera!!!.
Lo habéis adivinado: el hermano Urdániz.
Ese fue mi primer muerto.
Hay quien se pregunta cómo recuerdo estas escenas. Muy fácil: asociamos y guardamos en nuestra memoria de por vida las experiencias que van unidas al dolor, o al placer, o la risa, en fin, a algo que le ha complementado. En este caso un cachete collejero sideral que aún resuena en mis pesadillas en las noches de luna llena.
No hay comentarios
Publicar un comentario