domingo, 13 de marzo de 2022

AMAR EN TIEMPOS DE GUERRA.

La velocidad se mide por metros por segundo, la fuerza se mide en newtons y la felicidad se mide en desengaños. Nada más humano que ese sinsabor que queda  tras el júbilo excesivo. Ese desengaño después de la fantasía.  También pasa con el amor, ya no digamos con el sexo. 


Hay mujeres  que cuando estás de rollo con ellas te dicen, casi suplican, " ¡dime que me quieres!". Pero uno no está allí por amor, está por deseo.


-  Le he querido demasiado - me decía una madre  dolida tras su separación. Justificaba así su dolor. Y mentía, a sabiendas, porque nunca el amor es suficiente y, mucho menos, gobernable. Ni siquiera tu amor se puede igualar al del otro. 


 Uno  cuando ha  bebido no ha contado  los tragos, cuando ha cantado se ha quedado afónico ,  cuando amó lo hice enloquecido.  La normalidad para mi era no medir. No andar contando quién asiste o no a la fiesta, mirando el reloj. La normalidad era llegar pronto e irse tarde.  Enamorarse como solo se enamoran los críos, con esa fugacidad y ese temblor.


De mis años en el opus dei aprendí que había que hacer la actividad aunque sólo asistiese uno. Eso es algo que siempre tuve muy claro. Había días que recorría cien kilómetros para dar una charla a un tío. No había medida. Daba igual si compensaba i no el gasto. O la persona. La idea era que si distinguías, si hacías acepción de personas , una maldición se apoderaría de ese mal espíritu.


Después esa manera de actuar me la llevé a mi vida profesional.


La normalidad era esos bolos con la tuna donde terminabas  brindando y desfalleciendo , apoyado en los semáforos, meando debajo de una farola y potando en un portal. La normalidad era una forma de libertad, y cuando hablo de libertad, no quiero decir desmesura y desfase . Es algo tan profundo, tan natural,  ese gusto por llegar a las fronteras   de uno mismo, de la sociedad que nos cobija, tan pichatriste. Mear un poco fuera del tiesto. De manejar y chupar este tierno melocotón  de entraña y hueso.  Caer a peso sobre la cama. 


Una vez , en Valladolid, en una tertulia, una señora dijo " ¡ay qué envidia tengo de algunas mujeres satisfechas!"  Lo dijo como una gracia. Su marido puso cara de pena, de niño fastidiado. Pensé " este tío la manda a la mierda un  día". Era supernumerario. Y así fue. Años después lo vi con una pibona. Latina. A la mierda cinco hijos, a la mierda la mujer, a la mierda la opus. 


Mujeres idiotas, hombres estúpidos,  qué lección entre todos, qué seriedad asumiendo el caos. Surfeado la incertidumbre.


 «Como hermosos cuerpos que murieron jóvenes y fueron sepultados, con lágrimas... así son los deseos que pasaron sin realización», escribió Cavafis. 


Amaros ahora, en tiempos de guerra. Llora los adioses, goza de las bienvenida.




2 comentarios:

  1. Cierto lo que cuentas del Betis. No se hacía acepción de personas, no se hacía distingos y se combatían los favoritismos. De hecho, uno de sus mantras es "de cien almas nos interesan las cien". Vivir así... es una lección de vida.

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