Terminé el Quijote , y estoy alucinado. Es mi tercer recorrido por sus páginas y creo que con los años se disfruta más. Hay que leerlo con crustáceos en el casco.
Es una novela que, a pesar del tiempo, no ha perdido vigencia —como el buen vino mejora con los años—, no ha perdido en frescura y riqueza; es un “clásico”: una obra literaria que por su valía resiste al tiempo y es una fuente inagotable. Una gozada. Se mezclan allí todo tipo de puntos de vista, realidad y distorsión del tiempo de las cosas que cuenta, personajes superpuestos — ¿ quién narra el Quijote? El lío que supone comprobar que hay un supuesto narrador en tercera persona, que recoge el supuesto relato del nebuloso Cide Hamete Benengeli, pero que se juntan otras voces.
Los mismos personajes se meten a contar otras historias dentro de la historia —, cuesta entender las fronteras entre realidad y fantasía, juegos de espejos literarios —por ejemplo, muchos de los personajes han leído la primera parte del Quijote y están al tanto de las aventuras de éste, e incluso el mismo Alonso Quijano encuentra una imprenta donde están imprimiendo ejemplares de la novela...¡ entusiasma !
Y el asunto , es decir, el tema central. ¿Cuál es, entonces, el tema del Quijote? No la caballería trashumante ni las novelas de aventuras ni la locura o demencia senil como tampoco el refranero español , ni mucho menos la España de ese entonces, o la geografía de La Mancha , constituyen el motivo principal de la obra maestra cervantina. Es todo.
Al final uno no sabe dónde está la realidad y la fantasía. ¿Quién está loco, Alonso Quijano , o Sancho Panza, o ambos o ninguno? ¿Y los demás personajes? Si al iniciar la novela Alonso Quijano delira y desvaría, poco a poco ese aire de “locura” lo invade todo y a todos, lo transforma todo.
Han pasado muchos Quijotes por mis manos. Recuerdo una edición para niños que leíamos en el colegio.
Es una novela hermosa y extraordinaria. Un caleidoscopio de la condición humana, con todas sus imperfecciones y maravillas.
Los tiempos han cambiado pero el mundo sigue siendo el mismo. Las ventas son ahora supermercados, los castillos son edificios y las sendas, autopistas. Me acerco a la ventana y desde ahí atisbo la ciudad y sus fantasmas.
Torrente Ballester, en su libro El Quijote como juego, cree que lo que hace Alonso Quijano cuando sale al mundo vestido de caballero andante es ponerse a jugar con las cosas.
Y así, por ejemplo, cuando dice que los molinos son gigantes no es porque confunda a éstos, los gigantes, con aquellos, los molinos, como que juega a que es así, como haría cualquier niño cuando afirma que una silla es su caballo.
Y jugar para los niños no es otra cosa que dar cuenta en el mundo de la vida de sus deseos, llevar su verdad a la vida real.
¡ Qué bien entiendo a ese Caballero, y a ese niño!
Sí, una novela fascinante y siempre actual y sorprendente
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