lunes, 7 de noviembre de 2022

COMO EL PRIMER DÍA.

Ayer prometía un día de lluvia, así que me fui a pasear Cambados, una pequeña  ciudad en la costa ,  famosa por sus caldos, y bien bonita de andar.


Fue una mañana gris, pero no cayó agua.  La tarde anterior tuvimos misa aniversario de un difunto  , el primer año, que en Galicia se celebra más que el del fallecimiento. El cura en misa comentó que hay quien piensa que no hay nada después. 


- ¡ Qué pena!- dijo. Si alguien piensa eso le invito que se acerque al cementerio que hay detrás de la iglesia  y vea esas tumbas. Y si cree que no hay nada más después, que comience a llorar ahora hasta el día de su muerte porque una vida así entendida es una estafa , un sin sentido que no vale nada. 


Mientras iba de camino fui cambiando de emisora y  pronto identifiqué la  canción "Como el primer día",  de Alberto Cortez,  que he llorado muchas veces. 


Era la misma tonada que yo había escuchado a don Ezequiel Cabaleiro por primera vez hace muchos años. Ezequiel quedó muy mal  después de un accidente gravísimo de alta montaña. Se despertó convertido en  un niño grande. 


Enloqueció con esa canción  al escucharla en un programa , tanto, que llamó a la emisora  para conocer a su autor


He escrito " la he llorado muchas veces", y es verdad. La hice mía gracias a ese hombre.  Ayer, durante unos minutos me sentí  transportado  a ese primer día. Durante unos instantes, volví a sentir la misma sensación de ese primer día...


Como el primer día de un sentir primero,

Como el alfarero de mi fantasía.

Con la algarabía de un tamborilero

Y el gemir austero de una letanía.

Como el primer día te sigo queriendo.


Conduje llevado de una intensa felicidad, un arrebato de emoción que me llevaba a otra dimensión , a un mundo que reconozco bien, porque sé lo que es ese amor.


No fue nada religioso, o sí, también,  pero fue la gozosa constatación de que la belleza está muy cerca y que incluso está al lado de lo peor de nuestra existencia. 


Sólo es cuestión -y nunca mejor dicho- de tocar esa tecla íntima que despierta los sentimientos dormidos:


Como el primer día, como el primer beso

Y el primer exceso de melancolía.

Como la folía del primer intento,

Como el argumento de una profecía.

Como el primer día te sigo queriendo.


Vivimos la rutina diaria en un estado de adormecimiento, de insensibilidad, procurando sufrir lo menos posible. Con eso sólo conseguimos  anestesiar nuestros sentimientos pero también nuestra capacidad de disfrute. El deseo de no padecer nos impide disfrutar.


Lo que a mí me está sucediendo, desde que me jubilé , es una especie de despegue  de un entorno al que me resulta cada día más difícil adaptarme. Leo las noticias de los periódicos, veo los informativos de las televisiones, veo lo que me rodea  y el mundo me parece absurdo.  Hasta la iglesia, alguna iglesia.


Pero también me hago más sensible a los gestos, a las pequeñas cosas que pasan desapercibidas, a los momentos fugaces que irradian una sensación de eternidad como esta canción, o pasear Zaragoza de madrugada.


Lo mejor de mí mismo, lo que he querido ser, lo que he amado está en esas instantáneas , como fotos de un álbum  de mi existencia en los que acaricio algo que siempre se me escapa.






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