Cicerón escribió: «Los hombres son como los vinos: la edad agria los malos y mejora los buenos».
Es verdad. Todos conocemos abueletes que son encantadores, y viejos cascarrabias y gruñones. Lo mismo sucede con las señoras. Viví con viejos santos, y viejos insoportables. Del trato con esta gente uno aprende que hay que tener mucho cuidado con los yayos. Como tienen andares lentos, voz cascada, modos pausados, y ese algo de dulzura que da la vejez , uno tiende a pensar que son buena gente. Pero, ¡ja!, ese tembloroso anciano que te mira con ojos acuosos y temblores en las manos es el mismo gilipollas que era de joven.
O no.
En la cruz roja, donde sabéis que voy de voluntario cada lunes, un señor de ochenta y cinco años me decía que estaba muy solo, lloraba su desconsuelo, el abandono de sus hijos. Incluso , me dijo, ofrecía casa , vivienda y mantenimiento a quien le acompañase y cuidase. Se lo conté a la directora de zona:
- Es un cara y un abusador. No es verdad. Ofrece la casa gratis y mantenimiento para que se la chupe la pobre cuidadora, sin contrato, y su familia no quiere saber nada porque sus hijos están hartos...
Y también hay ángeles.
Hoy se tiende a despreciar la vejez y se considera un lastre. Probablemente porque ya no necesita de los saberes del anciano. Para eso, tenemos ya los ordenadores. Y son una carga.
Yo estoy en una edad donde empieza a importarme nada tener 70 que 80. Comienzan los achaques , el asunto de la maldita fibrosis pulmonar que ha aparecido en mi vida , que aún no sé cómo derivará. Ahora cumplo estados de ánimo, periodos de salud o de enfermedad. Y, de momento, la verdad, estoy fenomenal.
Una cosa que sí noto con esto de la jubilación es que voy bastante más veces a revisiones: que si análisis, que si tensión, que si dentista...Estar bien o sentirte mal será el único dilema, de modo que esas visitas tienen mucha más importancia que el número de tacos de almanaque que llevo a la espalda.
La vejez es, sin duda, una tragedia irreversible, pero solo algunos seres privilegiados son capaces de convertirla en una obra de arte. Mi madre, por ejemplo. Esa mujer vive sus noventa y dos años como sucede en la mesa, que lo más dulce se guarda para el final. Pues así actúa ella en el postre de la vida. Y así la disfrutamos en casa sus hijos y nietos.
Fantástica la entrada de hoy.
ResponderEliminarTe superas día a día.