martes, 29 de noviembre de 2022

PROMISCUIDAD.

A Goya le guiña el ojo la duquesa  y hace una obra de arte. Bach es tocado por la gracia y  compone oratorios que hacen llorar a Dios mismo: el guiño de una mujer, un pestañeo y ahí se construye una catedral, el  Machu Pichu , o cualquier otra belleza. 


Mi  corazón,- ¡ojalá el tuyo-   está hecho de tal manera, que la experiencia a la que me refiero, no se localiza tan fácilmente. Hay que echarle  hilo a la cometa del  zurdo, que es el  corazón.

Últimamente puede ser el canto de un pájaro al amanecer , en el parque cerca de casa,  y recuerdo al del monje aquel que se quedó cincuenta años atontadico, el pobre. ¡Qué suerte!

O me invade  una extraña nostalgia que surge al escuchar una  vieja y cursi canción. Está  pasada, fuera de lugar, y al mismo tiempo veo en ella una nostalgia  que me invade como una niebla del ayer. Podemos estar hechos  una mierda, machacados, nos pueden maltratar y, a la vez, estar contentos,  no estar preocupado. ¡Qué más se puede  pedir!

Y esta experiencia viene, sobreviene, cada vez  de un  lugar  distinto. Una brisa imprevista , el olor de mi propio sudor evaporándose al sentir  el agua fría en la ducha. No es cuestión de memoria, sino de presente. Y en un momento dado , ¡ábrete, Sésamo!, las puertas se vuelven a abrir.

Esa es mi promiscuidad afectiva, la locura que  nació en la cuna donde nací.

O antes, cuando Dios pensó " el siguiente va a estar  como una puta cabra".



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