¡ Qué bien recuerdo los días en el campo con mis padres, cuando era bueno y feliz!
Es uno de los mayores placeres de la existencia. Mi padre nos llevaba a los pinares de Zuera, o en un lugar mágico que se llama Ontinar del Salz , y allí disfrutábamos en la orilla del río tirando piedras planas , que saltaban como ranas sobre la superficie Íbamos en un Seat Seiscientos los siete. Así íbamos al campo. Cantábamos mucho. Reíamos. Rezábamos el rosario de regreso.
El día se hacía enormemente largo. Nos bañábamos, mi padre pescaba a mano , explorábamos los alrededores, nos echábamos la siesta, llenábamos las botellas con agua y, al anochecer, cenábamos una tortilla de patatas con jerséis para protegernos del viento a la luz de una lumbre.
Ayer vi una familia comiendo en el bosque en Caldas , padres y tres niños . Estaban al lado del río. Me quedé hipnotizado por la imagen . Me recordaban escenas idénticas de aquellos lejanos domingos en el campo. Sé perfectamente qué se siente allí. Probablemente los niños no. Pero allí se estaba sembrando. Al menos pedí que así fuese , que esos críos recordasen con el tiempo como yo ahora.
La imagen me produjo una sensación de placidez absoluta, de reencuentro con un pasado remoto que podía revivir hasta en sus mínimas sensaciones: el olor de los juncos y la paja, la sombra protectora de los chopos, la frescura del agua del manantial, la voz de mi padre.
¡Aquellos días parecían eternos!, los instantes se anudaban unos a otros como las cuentas de un rosario, el tiempo se paralizaba después de comer y la tarde parecía que nunca se iba a acabar. Los nimios acontecimientos que perturbaban aquella quietud cobraban una naturaleza mágica. Porque en mi padre anidaba el corazón de un poeta.
Aquellos domingos en el campo se han grabado en mi memoria como las hojas de un libro cuyas letras se van borrando. Lucho a diario por aferrarme a esos recuerdos. ¿ Sabéis por qué?: porque mi fe en Dios está allí. Lo que entonces parecía la eternidad es ahora un instante del que no quiero desprenderme.
¿Aquellos esplendorosos días de verano se han ido para siempre?. No. Ese pasado brilla como la luz de una cerilla en la oscuridad. Por eso, escribo estas líneas.
Las miradas del padre, de la madre y de los cinco hijos, acojonan
ResponderEliminarNo era para menos...si vieras al fotógrafo.
ResponderEliminarPor cierto, que tu madre, que tus padres , que tuve el gusto de conocer...en fin.