viernes, 30 de diciembre de 2022

" VIVIR".

Ayer vi por primer  vez  "Vivir" de Kurosawa.  ¡Dios, qué película!


Todavía quedan ángeles en la Tierra.


No tienen alas, ni aureolas. Su aspecto puede ser el de una persona con la que te cruzarías en la calle. El aspecto de un oficinista de traje oscuro cuya existencia ha transcurrido enterrada entre papeles, vegetando en una especie de  imitación barata  de esto que damos en llamar "vida".


Seguimos a un hombre del montón, un hombre que lleva treinta años muriendo despacio, hora tras hora, consumido en la absurda rutina de los tiempos que corren. Tiempos de una civilización cada vez más compleja y carente de humanidad, en la que lo que falta precisamente es el tiempo, y la compasión, para todo lo que es de veras esencial. Falta tiempo y compasión para atender a quienes realmente necesitan ayuda.


Tantos funcionarios sumergidos como ratas en los cubículos impersonales de su propio egoísmo y de su propio alejamiento del pulso cada vez más débil de un corazón que se ha ido apagando latido a latido.


Watanabe es uno de esos funcionarios, bandera e icono de la aplastante y con frecuencia inútil burocracia que es uno de los mayores lastres de la actualidad.


Pero él va a recibir una señal, un aviso para concederse una segunda oportunidad en su vida malgastada: una condena a muerte. Un cáncer de estómago que sella drásticamente su destino. Y entonces surge el héroe que estaba dormido, que moría lentamente en la indiferencia, y que justo ahora comienza a vivir. A despertar a nuevas sensaciones en su interior, y a lo que vibra en el exterior.


El ser humano es una criatura curiosa y bastante absurda, que no sabe apreciar lo que tiene hasta que está a punto de perderlo.


De modo que Watanabe abandona su pátina de oficinista adormilado y se zambulle en el pálpito bullicioso de noches de embriaguez, ruido, música y frívola evasión, en días de búsqueda de una juventud y de una vitalidad perdidas y, por fin, en la gesta de una compasión bienhechora que dejará una pequeña pero profunda huella de su paso por este mundo cansado de sí mismo y que casi ha dejado de creer en los prodigios.


El pequeño ángel resurgido quizás sólo haya sido una tenue lucecita que una vez brilló entre tinieblas, pero una luz que, al fin y al cabo, tuvo el valor de resplandecer entre tantas lámparas demasiado arrastradas por una inercia que las mantiene apagadas.


Una obra maestra  de este planeta necesitado de héroes urbanos que deciden apurar su último aliento mientras cantan una canción de esperanza.


Soy de los que piensa  que cuando nacemos, nacemos con el corazón caliente. Muy caliente. Es esa calentura del corazón la que nos hace sentir las pasiones que sentimos cuando somos más pequeños:  odiamos y queremos con mucha fuerza. Pasamos de la tristeza a la felicidad sin reflexionar. Admiramos a muchas personas, creemos en muchas cosas, nos marcamos metas altísimas en la vida.


Poco a poco, la vida y los años nos van enfriando el corazón. Este enfriamiento hace que cada vez sean menos las pasiones y más la razón la que nos domine. Podemos odiar y querer, pero es muy difícil hacerlo con todo el corazón. Podemos estar tristes y felices, pero muchas veces relativizamos todo por culpa de la razón. También se hace cada vez más difícil el paso de la tristeza a la felicidad. Muchas veces nos ahogamos en el tedio y en la costumbre. Dejamos de admirar para pasar a despreciar, dejamos de creer en algo para simplemente observar en tercera persona como pasa la vida. Llegamos a un punto en nuestra carrera vital en el que decimos basta, hasta aquí he llegado. Esta es mi meta, no quiero nada más de la vida. Y allí nos quedamos, lejos, muy lejos de aquella meta tan alta que nos marcamos cuando el corazón aún estaba caliente.


El mecanismo que hace que el tiempo y la vida nos enfríen el corazón se llama indiferencia. Es una de las corazas sentimentales más antiguas que ha conocido la raza humana. “Mejor no vivir y no hacerme daño que vivir y arriesgarme a dañarme”. Este pensamiento es el paradigma de la indiferencia vital.


"Vivir" va de eso. Es ese  tipo de películas que cuando la ves notas como el corazón se descongela un poco. Envía una serie de microondas sentimentales que hace que la capa de indiferencia que enfría el corazón se vuelva un poco más fina y puedas sentir por algunos momentos que tu cuerpo tiene corazón, que tu corazón tiene vida, que tu vida vive.


Imperdonable no verla. Me lo agradecerás.




1 comentario:

  1. Él sabe lo que tiene que tiene que hacer para conseguir el parque.

    ResponderEliminar