Estamos rodeados de miles de tradiciones, de historias comunes inventadas por cientos de civilizaciones que hablan , cantan, bailan , escriben y rezan sobre lo mismos temas de siempre, pero contadas de formas maravillosamente distintas.
Vayas donde vayas en el tiempo, el nacimiento, la muerte, el amor, el miedo, la risa, el dolor, nos acompañan, y vayas donde vayas lo encuentras disfrazados en mitos, en leyendas, en modos de llorar, de vestir, de cantar, de rezar, de sentir.
Pero nos reconocemos en ellos...aunque sean modos muy primitivos.
Es como un potente órgano catedralicio a través del cual las resonancias de cien tubos distintos se funden en la misma música extraordinaria.
Lo común a estos temas múltiples es su origen humano. Lo maravilloso de conocernos en nuestra común historia es comprobar que cada civilización contiene el mismo eterno grito del espíritu, expresado en extraordinarias variaciones, en el tiempo.
Si escuchamos y miramos con cuidado, todo nos resulta familiar, desde la pinturas rupestres, los bailes mahoríes, los entierros en Alaska, o el amor en las tribus de África .
¿No emociona saber que este mundo y su historia es maravilloso.?. Nos descubrimos a nosotros mismos en la literatura, los ritos y símbolos de otros, aún cuando al principio nos parezcan deformados y extraños.
Mientras escribo esto, el Centro Carter para Estudios de la Paz, en Atlanta, está monitoreando un total de ciento y pico conflictos bélicos, muchos de ellos basados en la cosa étnica y racista.
No lo dudéis, estas divisiones étnicas son la amarga cosecha de las distorsiones de las enseñanzas nacionalistas, excluyentes, con frecuencia maquilladas de religión y , sembradas mucho tiempo atrás. Hace mal la iglesia bendiciendo palios, sean de quien sea.
Desde este punto de vista, los nacionalismos, todos, nos parecen ridículos, necios, excluyentes, paletos.
No tienen ningún sentido.
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