Días convulsos.
Tragedias , atentados, muertos que nadie espera . Hasta hace poco la policía establecía un cordón para alejar a los curiosos atraídos por el morbo. Los hospitales se organizaban para recibir a los heridos. Se preparaba un pabellón deportivo para depositar los cadáveres. En un lugar desconocido estaban los desaparecidos , que están en tierra de nadie.
Los familiares de las víctimas deambulaban en el desvarío de un sitio a otro buscando al muerto o herido en listados , pero los desaparecidos no constaban en ninguna lista.
Ahora , después de los guardias, las ambulancias y los bomberos llegan puntualmente al lugar del siniestro unos equipos de psicólogos dispuestos a recoger del suelo trozos de almas que también se han roto.
Hay cadáveres identificados y sin identificar , pero también hay almas que andan perdidas entre los escombros, llorando, asimilando .
Cuando falleció Manuela alguien me aconsejó una terapia para vivir el duelo que me venía encima.
Lo rechacé.
En el caso de estos atentados la terapia de urgencia que aplican es muy sencilla. Se limitan a escuchar , abrazar y a acariciar suavemente a ese padre que contempla el cuerpo destrozado de su hija, a esa mujer que en el vestíbulo del hospital espera a que el médico pronuncie el nombre de su madre muerta. Con las caricias, el psicólogo les provoca unas lágrimas balsámicas y al mismo tiempo se ofrece de recipiente de ese llanto.
No sé mucho de este tema, pero estoy seguro que cada día que pase se necesitarán legiones de psicólogos de esta clase, más que camilleros y ambulancias para nuestros desastres.
Con ese autobús de Niza han muerto muchos vivos. Y a esos hay que explicarles muy bien porque ellos no han muerto, y la Manuela de turno sí.
Los psicólogos deberán explicarnos por qué todos somos víctimas.
Pero hay más:
Las calles están llenas de gente que acude al trabajo sin saber que está muerta o herida de gravedad. Conduce cochazos , toma copas en los bares a media tarde, se da citas de amor y muchos llegan puntualmente a casa al salir de la empresa ignorando que su nombre figura en la lista de desaparecidos.
Las calles están llenas de gente que acude al trabajo sin saber que está muerta o herida de gravedad. Conduce cochazos , toma copas en los bares a media tarde, se da citas de amor y muchos llegan puntualmente a casa al salir de la empresa ignorando que su nombre figura en la lista de desaparecidos.
La familia les ve entrar cubierto de sangre y no obstante les sirve la ensalada, les enciende la televisión el telediario y no les pregunta nada.
No sé tú...a veces tengo la impresión de ser uno de esos desaparecidos.
Nuestra pequeña existencia se disuelve como un azucarillo con las grandes tragedias: ser sorprendido por la dinamita, o por un suicida armado hasta los dientes de odio mientras uno va al Mercadona , o ríe en la terraza el chiste con los amigos, comienza a ser una forma cada vez más frecuente e improvisada de morir como un gilipollas.
Todo esto pronto será una costumbre. En nuestra civilización, el odio y el miedo, la vida y la muerte andan unidos por una delgada línea roja, conforman una materia sólida, muy pesada, que, no obstante, flota en el aire y es respirable.
Europa llora y se enfrenta a esta gran desgracia colectiva con la perplejidad de la hormiga ante la lengua voraz del Oso Hormiguero.
Nadie sabe exactamente qué está pasando .
Nuestra pequeña existencia se disuelve como un azucarillo con las grandes tragedias: ser sorprendido por la dinamita, o por un suicida armado hasta los dientes de odio mientras uno va al Mercadona , o ríe en la terraza el chiste con los amigos, comienza a ser una forma cada vez más frecuente e improvisada de morir como un gilipollas.
Todo esto pronto será una costumbre. En nuestra civilización, el odio y el miedo, la vida y la muerte andan unidos por una delgada línea roja, conforman una materia sólida, muy pesada, que, no obstante, flota en el aire y es respirable.
Europa llora y se enfrenta a esta gran desgracia colectiva con la perplejidad de la hormiga ante la lengua voraz del Oso Hormiguero.
Nadie sabe exactamente qué está pasando .
Rehuyendo el dolor, tratando de distraernos de él, lo único que hacemos es enredarnos aún más en él. Del dolor sólo se sale entrando en él. Salimos a flote del dolor ahondando en él. Quien padece migraña sabe que un dolor intensísimo de cabeza sólo se alivia deshaciendo la conciencia en el dolor, igual que el azúcar se disuelve en el agua. Haciendo eso, el dolor acaba teniendo algo de contemplativo. Así es como se alivia también el dolor espiritual: buceando en él y disolviéndonos en él. No nos duele lo que se ha roto, sino lo que se resiste a romperse.
ResponderEliminarLo que está pasando es una guerra.
ResponderEliminarCuando en la Guerra Civil española se bombardearon posiciones civiles como ensayo para la IIG.M., alguien dijo "esto no tiene vuelta atrás".
A partir de entonces los objetivos militares y los civiles jugaron a la ruleta rusa, las bombas atómicas se arrojaban en los parques de Hiroshima y Nagashaki, y al final la dinamita se empleó en la estación de mi pueblo para matar por matar.
Da igual quién fue el hijo de puta que empezó esto.
En el amor y en la guerra todo vale.
" esto no tiene vuelta atrás "
En la novela de Dostoievski “Los demonios”, la sociedad de una ciudad de provincias organiza por todo lo alto una fiesta de beneficencia que termina como el rosario de la aurora. En realidad, la gente acude a la fiesta con buenas intenciones y grandes expectativas, quizá un poco exageradas, pero el ambiente estaba ya caldeado de entrada, y en el fondo todo el mundo esperaba que aquello acabaría en desastre. Dostoievski razona: “Y si todo el mundo esperaba la catástrofe, ¿cómo no iba a producirse?”
ResponderEliminarEn ninguna época de su historia Europa occidental ha conocido setenta años sin guerras. Francamente, no creo que el mundo esté peor ahora que hace diez a quince años, con las guerras de Irak, ni peor que hace veinte a veinticinco años, con la guerra de los Balcanes, ni que hace treinta a setenta años, con la guerra fría y el telón de acero, ni que hace setenta a cien años, con las dos guerras mundiales y la entreguerra, etc. Seguramente en ninguna otra fase de su historia Europa ha conocido tiempos tan pacíficos. ¿Qué es lo que sucede ahora?
Ahora sucede, en primer lugar, que con la globalización estamos mucho mejor informados. En segundo lugar, sucede que, también como efecto de la globalización, lo que ahora pasa en cualquier parte del mundo nos afecta mucho más y de manera más directa que en tiempos pasados. Estos dos factores son consecuencia directa de la globalización. Pero hay un tercer factor que en parte es consecuencia indirecta de la globalización, pero que en parte es también causa suya: que somos nosotros quienes demandamos las catástrofes.
¿Cuántas veces al día consultamos febrilmente las páginas web de los periódicos esperando la catástrofe de última hora que nos entretenga un rato y nos proporcione una sensación "estética" de consternación? ¿Y no nos sentimos decepcionados cuando resulta que no ha sucedido nada? ¿No somos esclavos y dependientes de un apetito de estar pendientes que sólo se sacia con catástrofes? Y si todos estamos tan pendientes de las catástrofes que podrían producirse, ¿cómo no se van a producir?
Y no es que Driver no tenga razón cuando dice que “esto no tiene vuelta atrás” y que “esto es sólo el comienzo”. El secreto de la historia consiste precisamente en que, siempre y en cualquier momento, nada tiene vuelta atrás y todo no hace más que empezar. En el momento en el que lo que sucede deja de ser el comienzo, la historia se detiene.
Claro que los recientes atentados terroristas en Francia y en Bélgica son tragedias espantosas que no podemos asimilar. Pero no hemos de engañarnos pensando que en algún momento pasado no los ha habido y que en algún momento futuro dejará de haberlos. El horror siempre lo ha habido y siempre lo habrá. Éramos nosotros los que nos habíamos adormecido. A veces el horror lo único que hace con nosotros es despertarnos, y quizá no haya horror más grande que despertar.
El horror siempre está sólo comenzando, nunca ha remitido y nunca remitirá. Nosotros no tenemos que esquivarle la mirada.