El humor, el bueno, es lo que permite que una sociedad respire.
Una empresa donde no hay alegría, ¡ malo! Curré en una empresa donde en las oficinas centrales trabajaba la mujer de uno de los jefes. Era el submarino. La espía. La chivata. Maribel y su extraña familia. Allí no se oía nada. Todos trabajando, o haciendo como qué. Ni siquiera un miserable hilo musical.
Todo tan triste como sus jefes. Tan viejuno. Tan sordo y sofocante. El silencio espesaba el aire. Unas oficinas sin luz natural. La mujer , de una languidez serena , como esculpida en mármol, alta, seca, desgarbada, parca en el hablar. Estirada, de ojos almendrados y piel blanca tipex, dentadura caballar y de encías rosadas. Huesuda y deslabazada , como el queso de gruyere cuando no se conserva en frío.
Los jefes, dos hermanos, pobres infelices, beatos, escrupulosos, de una codicia pueril y estúpida, llevaban en la cara la marca de una formación calvinista , rígida y fanática.
Daban lástima. Uno por raro, otro por más raro.
La vida empieza cuando el humor entra en el lenguaje. Y esto se puede aplicar a todo: la familia, la escuela, la educación, la empresa, la religión, Dios.
Cuando te ríes del que manda , sobre todo si el que manda es un mandón , un recurso que tienes es mofarte del poderoso. Esa es la fuente y razón de la coña con los que se creen alguien en el mundo: serios, aburridos, codiciosos, tacaños, garrapos y con el pequeño y triste poder de los bienpensantes.
Esa es la razón del por qué me cachondeo de esta gente. No es nada personal. De alguna manera, el que no se puede quejar y reírse de ellos se siente identificado, que es lo que sucedía en ese despacho.
No es una cosa sangrante, no les estás disparando, pero ese cachondeo rebaja su poder al reírte.
Y los pobres que trabajan allí , los que sufren en el purgatorio de sus empresas , al menos tienen alguien que les echa una mano.
Saludos, chicas, a las que aún sigáis allí.
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