Una de las cosas que más me sorprendía de un jefe que tuve, un mentiroso patológico, un tipo con una inmadurez planetaria, un encantador de serpientes, era que él nunca tenía culpa de nada. No respondía.
Se llamaba Uri.
La obra maestra del argumentario uriolista establece que la culpa de dirigir como Uri, de mentir como Uri y de ser básicamente Uri la tiene cualquiera menos Uri. Podría ser su suegro, o yo, o uno de los técnicos de la empresa. Pero él, nunca.
Uri carece de voluntad propia . Estaríamos ante un menor de edad crónico, un salvaje premoderno, un cyborg programado y obligado a hacer cosas que no quiere.
Una vez le pregunté la razón de tantas mentiras, si sabía que tarde o temprano sería descubierto. Me miró sin sorpresa ni incomodidad, y respondió:
- Soy así. Y no sólo eso, tú también sabes que soy así.
Porque este hombre estaba convencido que esa forma de ser era parte de su encanto.
esto en cierto modo es un elogio a?otro al director de daumar el cual r?lo contrario: tendría sus peculiaridades pero sabía donde iba, y su buen ejemplo asombraba incluso a otros clubs era algo inalcanzable
ResponderEliminarPues sigue ahí con toda su cara como si nada. Hay gente con tanta suerte que no necesitan ni hacer un poco de teatro.
ResponderEliminarHa hecho, durante muchos años, una encomiable labor con los medios de comunicación audiovisuales.
ResponderEliminar¿Yyyyy..?
ResponderEliminarEse tal Uri no será Pedro Sánchez….
ResponderEliminarPues tal para cual, oiga
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