Presencié de chaval los últimos coletazos de una costumbre que se realizaba en muchos pueblos en España: ascender la cucaña.
Sólo la he visto una vez, en Bielsa, un pueblo de Huesca donde pasábamos un mes de verano. Un lugar fantástico. ¿ Quién no recuerda esos días donde la dulzura de su recuerdo es inseparable de la pérdida de su memoria?
En fiestas se plantaba una larga y recia cucaña que se levantaba en medio de la plaza , con la superficie engrasada a conciencia- para que se escurrieran los mozos - frotada de ortiga- para que picase bien las piernas y manos.
El público, una especie de burricie elemental, muy bestia, y con ganas de cachondeo, deliberadamente maleducado en aquella España que hoy, al menos yo, añoro, se emocionaba con las caídas, con los insultos y motes a los candidatos a ascender el palo. Gritaban , se refocilaba con los caídos, rodeaba la cucaña , rugía.
Yo nunca subí. No se sabe por qué, parecía que los escaladores debían de ser locales, mozos del pueblo, y los forasteros no teníamos vela en ese encierro.
La cosa era muy machista. Apestaba a testosterona.
A mi lo que me extrañaba era el trofeo que colgaba arriba de la cucaña, sólo apto para los elegidos bravos que alcanzaran llegar hasta él: un salchichón, una butifarra, un algo. No entendía como por esa mierda valía la pena tanto esfuerzo, y tanto sufrimiento.
Después entendí que por la admiración de las mujeres, de una mujer, uno es capaz de lo que sea.
Y que, como en la vida también, después de tanto esfuerzo, y tanto sinvivir, y tanto que te vea todo el mundo dejándote los cojones , resulta que te llevas un chorizo de tía. Una persona reseca, rancia, carne de burra.
Como escribió Gloria Fuertes:
Cuando el amor escoges,
-o te escoge-,
y te sale amor de carne y hueso.
Cuando es amor de carne, después
se queda en eso,
(¡Vaya hueso!)
Y a ver quién ya lo roe,
si no hay diálogo luego,
y se aburre contigo alma mía,
porque era sólo eso:
una carne, un rollo, un hueso;
y de tu alma nada,
nadie reparó en ella,
y menos,
ese bellísimo y funesto
amor de carne y hueso.
Uf... Yo no añoro para nada todo eso (que rima con hueso :-) Y que pesimista, Gloria, en este poema. Pero sí que es importante elegir bien; que no elija la carne, que elija la cabeza y... la carne también... que la vida es larga; pero primero la cabeza... Y quien dice la cabeza dice lo que va dentro de ella, que es todo. He visto vidas arruinadas por elegir mal. En lugar de obsesionarse tanto en combatir la inclinación natural a elegir en vistas a un desprecio al "como" ha dispuesto Dios las cosas, deberían ocuparse en enseñar a elegir bien, y a ser dignos de elección; porque todos somos clase de tropa, y a mucha honra. Que asco de tiempos y de sociedades... algunas.
ResponderEliminarPARACAIDISTA C.V.
Yo, como buen cabeza cuadrada que soy, elegí con cabeza, dando por hecho que la carne sería algo pasajero. Y erré. Gravemente.
Eliminar"Elegante" es el que elige bien.
ResponderEliminarDuele leer eso...intuyo.
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