Una mañana, en la cima del pico Robiñera, un tres mil, encontramos unas cabras en su entorno. Íbamos mi padre y yo . Teníamos una sed ardiente, seca, casi alucinógena . Mi padre se acercó a una de las cabras y la ordeñó. Me animó a que bebiera de bruces en el suelo del chorrete de su ubre. Nunca he olvidado el vivo y tibio espumaje que sentí en mis dientes, un hondo aroma y un sabor silvestre. El sabor dulzarrón al paladar de la leche recién ordeñada es un recuerdo que está allí, muy dentro, nítido , preciso y reconfortante.
Con mi padre las cosas del campo tenían una suerte de providencia que a él le parecían que no podían dañar . Mi padre era un hombre que creía firmemente en la providencia de Dios sobre las cosas y las personas, por eso estaba convencido de que nunca nos sucedería nada.
Era frecuente en aquellas excursiones pasar horas de sed, de hambre, de necesidad. Y, aunque acostumbraba a llevar bebida, o frutos secos, y alguna rebanada de pan, y latas de conservas, las sardinas le volvían loco, o queso. Y siempre la bota de vino, a veces nos veíamos en la aventura de beber de alguna charca.
Mi padre removía el agua estancada - tenía la teoría de que si se movía la superficie suplía al agua que corría, que no podía hacer daño. Muchas veces pienso en los sitios infames que bebimos. Y nunca tuvimos problema alguno.
Mi padre era un hombre temerario y, probablemente, él no lo sabía. Pescaba a mano , se sumergía en pozas profundas , hurgaba con el brazo aquí y allá , y tardaba en salir. Y yo, en la orilla, pensaba que un día se le quedaría enganchada la mano en algún hueco y comenzaría a brotar burbujas del que se ahoga.
A mi el agua me daba miedo. Y el tacto de las truchas. Y la fantasía, que no era tal, de que me mordiese alguna culebra.
También íbamos a pueblos abandonados del Pirineo , de noche, para sisar puertas viejas, arcones, cosas viejas como amuletos que colgaban en las casas, o recuerdos que nunca entendí por qué se los quería llevar.
Ese hombre tenía alma de poeta y de aventurero.
Hoy, años después de toda esa vida de iniciación, me doy cuenta que soy el partido de vuelta de mi padre. Sí, también he sido un providencialista algo zumbado que ha bebido de balsas y pozas abyectas en el sentido moral. Siempre pensando que Dios proveería.
Y, la verdad, proveía.
Con los años me reconozco en mi padre. Y , a veces, alguna hermana me dice que tengo sus gestos. Y, sin embargo, somos tan distintos. Mi padre era bueno, muy bueno, fiel, muy fiel, sentimental, muy sentimental, soñador, muy soñador, con una fe atormentada, muy atormentada.
Pero sí, me reconozco en él. Esta revelación es impresionante. Sobre todo porque lo recuerdo como alguien cabal, con un afán de encontrar la verdad maravilloso, y que buscaba , como por un instinto animal, la libertad. Y para él la libertad era la soledad.
Cuando voy a casa de mi madre disfruto mirando, repasando, otra vez, los álbumes de fotografías familiares, y con frecuencia me veo, con la edad, a mí mismo en alguna fotografía de mi padre.
Y , entonces, le pido que no me deje.
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