El tránsito de la infancia a la condición adulta pasa en gran parte por la brutal pérdida de creencias mágicas que dan mucho gustirrinín.
Una de esas creencias eran la lista de pecadotes que uno repetía como un loro, de la mano de catecismos infantilizados y de curas aburridos y atrapados en sus rutinas. Hasta que descubres dos cosas: o que no hay pecados, que todo es un cuento. O que sí los hay, pero son otros, no esa lista estúpida.
Uno ha pasado por los dos estados. Tal vez hayan más.
Me confieso con un sacerdote de Caldas. Le digo que soy un tipo complicado , que arrastro desde mi adolescencia una rebeldía interior que hace que no soporte que me critiquen, que me molesta que me corrijan y, sobre todo, que tengan razón y, entonces, huyo, doy la callada por respuesta, y escapo. Mi manera de enfadarse es esa. yo no grito. No me gusta ser así, sé que está mal, que hago sufrir a la gente que me quiere.
- Perdón - me dice- no lo entiendo. ¿ Podría poner un ejemplo?
- Bueno, ayer me preguntaron ( dije la pregunta ) y no me gustó que hurgaran en eso. Me molestó. Y salté. Me fui. Y estuve jodido y cabreado bastante tiempo. Y sabía que ese cabreo era conmigo.
- Oiga- me responde el sacerdote. Usted tiene mucha suerte. ¿ sabe cuánta gente vive sola y no tiene nadie que pueda hacerle una pregunta así de delicada? Y es , no lo dude, porque le quiere.
Miré a ese hombre y me pareció que era una de esas personas " que vive sola y no le hacen preguntas".
- Lo sé. De eso me estoy confesando.
No encuentro la palabra acertada para pedir nada.
No sé nombrar el nombre de mis pecados porque tengo miedo sólo de buscarlos en el diccionario...pero, en fin, son los mismos que los tuyos. O , ¿ de verdad crees que no son los mismos?
Escucho mientras escribo una balada estremecedora de Tom Waits ...
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