Sabes que has madurado el día que al terminar de comer dices: bueno, ¡pues ya hemos comido!
Es verdad. Esa gente que ve pasar la vida como quien pasa hojas de un libro de sus rutinas. Esa gente me aburre.
Mi adolescencia fue la cantinela de personas que me anunciaban una vida desdichada por culpa de la inmadurez de mi carácter, que mi madre resumía en la frase " ¡a ver cuando caes del burro!". Mi juventud también está llena de esas sicofonías de personas maduras profetizándome futuros nefastos.
Mi adolescencia la llevo muy grabada dentro, y de la mano de un amigo que se llamaba Jesús Puertas. Ya murió. Éramos íntimos. Esas amistades fuertes, sentimentales de los primeros años. La verdad es que éramos muy diferentes. Jesús era muy inteligente, demasiado, muy sensible, demasiado, muy introvertido, demasiado. Después del bachillerato y el COU fue a Navarra y estudió dos carreras, Filosofía pura e Historia. Era una cabeza muy buena, y quizás eso mismo le llevó a la depresión ...en el primer curso intentó suicidarse , se tiró de un cuarto piso por un desengaño amoroso.
Una triste historia. Fui a visitarlo a la Clínica. Se recuperó después de una durísima convalecencia. Pero ya no fue el mismo. Nos queríamos mucho.
Él deseaba ser de la obra, pero nunca fue admitido. Pienso que algo intuían de su desequilibrio. En fin. Lo recuerdo con frecuencia. Falleció hace unos años de un infarto. Algo fulminante.
Nuestra adolescencia fue maravillosa. Nos gustaba escapar de noche de casa y pasear la ciudad, sus tugurios. Robábamos unas Vespinos de un garaje y recorríamos barrios a la carrera, sin destino definido . Recuerdo ir a la orilla del Ebro a echar unos pitillos, a colgarnos en el puente, y disfrutar de una libertad que nos parecía no tenía límites.
Visitábamos puticlús. En los que tenían nivel pedíamos posavasos , el Blue man, el Papagayo, el Puma...en realidad queríamos ver escotes abiertos hasta el ombligo, alguna teta. Era la única escusa plausible para poder entrar con quince años " ¿ tienen posavasos?, es que hacemos colección".
También íbamos al Plata, al Oasis, eso ya eran salas de fiestas . Y a la calle del Caballo, una especie de tercera regional del lumpen del putiferio zaragozano. Aunque chapoteábamos en el fango de la sordidez y la impudicia , la verdad es que no estábamos lejos de la inocencia. Recuerdo que en el Plata un señor se nos acercó y nos dijo " os doy cien pesetas a cada no si os la cascáis conmigo".
- Vale, dijo Jesús.
Y fuimos al lavabo con el tío.
- Las cien pesetas- dijo Jesús.
Nos pagó , y salimos corriendo a la calle , muertos de risa, a gastarnos la pasta.
Todas esas experiencia no dejaban huella alguna en mi alma. Era un puro divertimento. Aventuras. Algo así como trozos de una película que protagonizábamos nosotros, y que era como si la estuviéramos viendo en una pantalla, ajenos a nosotros mismos.
Pero a él sí, me temo, le afectaban esas historias .
Estudiábamos en los jesuitas. Jesús era muy buen alumno. Yo nada. Sin embargo, yo era el delegado de curso. Incomprensiblemente uno era algo así como el malote que cae bien. Decía " mañana concurso, a ver quién trae más colores distintos a clase".
Al día siguiente el aula era un guirigay de colores distintos, parecía una feria de payasos, con calcetines de cada color, pañuelos en la cabeza, tirantes...en fin...y los curas no entendían nada.
Yo era un infeliz, pero disfrutaba de la vida, de sus cosas, de lo que la imaginación me proponía. Estaba muy tocado por la inconsciencia. Pero Jesús tenía brotes de desánimo, de corazonadas tristes que nacen al borde del camino del alma como una duda.
Jesús no era feliz y chocaba con el mundo que le rodeaba. Se hacía muchas preguntas. Con los años, ya en COU , se volvió taciturno y buscaba razones de la vida que a mi me parecían muy complejas.
Es curioso. A los dos nos gustaba callejear la noche, buscar rincones oscuros y misteriosos. Descubrir el encanto de los malos olores, de las esquinas encharcadas que nos enviciaban , sin embargo, en mi era un juego, y en él una enfermedad. No tuvo suerte en el amor. Lo intentó varias veces , pero la tristeza, como una niebla, iba con él. Lo vi años más tarde. Se volvió un tanto misántropo, muy escéptico, descreído y desdeñoso de las glorias del mundo. Ya no creía en nada. La muerte le pilló durmiendo, o dormido.
Aún lo recuerdo. Le debo mucho a Jesús. Se apellidaba Puertas Fuertes, y yo le llamaba Ventanas Cojonudas.
Con mi compinche pedíamos calendarios de bolsillo en papelerías con la excusa de coleccionarlos, pero sólo los ilustrados con exuberantes y rotundos pechos. A mi colega le gustaban los que bizqueaban; a mí, más los que apuntaban al techo. No era infrecuente que saliéramos corriendo perseguidos por el tendero (más tendera) llamándonos marranos y otras lindezas. Mi patria es la infancia, daría todo por volver a ella.
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