Durante mis años en Viaró coincidí con José Manuel Abascal, entonces una estrella en el atletismo mundial. Era profesor de deportes. Estaba en el departamento que dirigía Ferrán Olivella, fallecido hace unos días.
Por cierto, Ferrán era una persona bien maja. Un hombre sencillo, cabal, entregado a lo suyo.
José Manuel fue medalla de bronce en las Olimpiadas de Los Ángeles, y poseía un currículum deportivo impresionante. Hoy es una leyenda del atletismo. Era un hombre cercano, sencillo, humilde, campechano. De Santander. Un pasiego de los pies a la cabeza. En las tertulias , después de comer, le preguntábamos muchas cosas sobre la vida que llevaba, viajaba mucho. Y era muy popular.
Tiene una historia muy buena, que es por lo que entra en el Barullo.
Al terminar su carrera deportiva le propone un periódico deportivo hacerle un homenaje de agradecimiento y despedida por todo lo alto. «Dinos las tres personas que quisieras que estuvieran en tu retirada, nosotros pagamos viaje, hotel y estancia, y escribiremos dos páginas sobre el asunto». Y el contestó … "Gregorio Rojo, el primero, un hombre intachable, que me ha ayudado muchísimo, que ha sido un educador más que un entrenador, persona extraordinaria… Otro debe ser Jenaro Bujeda, el profesor de los Salesianos en Zaragoza, que fue el que lo descubrió de crío".
Nadie sabía donde estaba ese hombre. El periódico llamó al colegio, pregunta por él, tiran de archivo y ven que está en Madrid. Lo localizan, llama y le cuenta del asunto. El hombre alucinaba : «¿Abascal se acuerda de mí? Yo pensaba que cuando empezó a ganar ya no se acordaría de mí». El hombre no paraba de llorar, emocionado.
Y el tercero fue … Un comisario comisario de la estación de tren de Bilbao.
La historia es muy buena.
Dejo que la cuente él:
"Iba hasta Barcelona, solo tenía la dirección, Carretera de Esplugas 12, Esplugas de Llobregat. Antes de salir me dio mi padre cinco mil pesetas. Ahora serían unos treinta euros, pero entonces eran un jornal. «Hijo mío, ten cuidado con esto». Y yo lo metí al fondo de las bolsas y ahí marchó también. Solo había cogido mil pesetas para comprar el billete.
No había cumplido los dieciséis. Me roban. Hice yo dejación, porque me puse en la cola a sacar el billete de Bilbao a Barcelona y digo a una señora «míreme un poco las bolsas, por favor, mientras saco el billete». Y cuando volví me las había mirado tanto que ya no estaban.
Me volví loco, empiezo a dar vueltas, y no veo por ningún lado lo perdido. Así que me pongo en una esquina, pensando qué iba a hacer… me eché a llorar. Ahora tengo que volver para casa, qué dirá mi padre, las bolsas, el dinero. Y tuve la suerte de que viene un guardia: «chaval, ¿ qué te pasa? -Que me han quitado las bolsas -Tranquilo, tienen que estar por aquí». Me acompaña, buscamos, baños, todos los sitios… y nada, no encontramos nada. «Pues nada, hijo mío, tendrás que subir aquí, a comisaría». La comisaría estaba justo encima de la estación. Llego allí, documentación, me preguntan dónde voy, digo que a Barcelona, a un Centro de Alto Rendimiento, que soy atleta. Le cuento lo de la beca, la Federación. Me dice: «pero, hombre, ¿cómo has dejado ahí las bolsas -Es que las dejé pensando que una señora me las iba a guardar, y al volver ya no estaban».
No se me olvidará… pega un golpe así en la mesa, que saltó el cenicero y todo lo que había allí… y dice «eso hay que encontrarlo como sea». Fíjate, qué tío más bueno, ¿eh? el jefe de la comisaría. Tenía allí tres o cuatro guardias, todos uniformados, y dice «tú, vete al tren que va a Sondika, tú al que va no sé dónde, y echad un vistazo». Todos iban volviendo, nada. Y el tío coge un mapa y dice «a ver, ¿a qué hora ha sido». Le digo que hace una hora, y calcula a dónde salieron los trenes entonces. Este para acá, este para allá, hay que llamar a las comisarías donde pararán. La que preparó aquel hombre.
A las doce de la noche, en Miranda de Ebro, encuentra la guardia civil mis bolsas. Una roja y una blanca. La señora decía que pensaba que me había marchado… Entonces aquel hombre me llevó un bocadillo y me dejó tumbarme a descansar tras unos barrotes donde metían a los presos. Me compra un billete a Miranda y me dice que baje allí, que me estará esperando la guardia civil. Entonces voy en tren… todo el rato mirando para ver si esa parada era la de Miranda de Ebro, bajo y están los guardias: «¿Quieres denunciar a esta señora?» Y yo que no, que no. Miré y estaba el dinero, así que contento. Me compraron otro bocadillo, dormí en comisaria y al día siguiente me pusieron otro tren, gratuito, hasta Barcelona".
Pues el tercer invitado a su despedida / homenaje fue ese comisario.
A eso le llamo yo un tío con quilates en el corazón. Y ser agradecido con los de tu primera hora, que es la que todos olvidan.
Guau, qué gran historia, qué emocionante. Qué gran hombre Abascal!
ResponderEliminarA veces tenemos un absurdo pudor de contactar con gente que en su día apreciamos mucho y hemos estado décadas sin saber nada de ellos ... y viceversa ... y no nos damos cuenta el bien que les podemos hacer acordándose de ellos.
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