EL RABO.

Parece  que durante  miles de años anduvimos a cuatro patas . Poco a  poco nos erguimos y  , haciendo equilibrios , nos pusimos de pie. 

También  de modo  paulatino el rabo desapareció de nuestro trasero. Quizás , como el de las lagartijas , lo dejamos culebreando saltarín  en medio de la selva . Añoraba el apéndice columpiarse alegremente ir  de liana en liana , cocotero tras cocotero.

Esto  sucedió hace un millón de años. 

Hoy, cuando bajas de coche y sientes una punzada en la región lumbar  , nuestro cuerpo aún no se ha acostumbrado a esa pasarela  de andar  bípedo. Parece  que echamos de menos el rabo . Ese espasmo muscular añora otros tiempos, y recibe el castigo a la rebelión de aquel mono.

Hoy  lo suplimos   con tablas de gimnasia , con una manta eléctrica o con cualquier sucedáneo que anuncia publipunto  intershoping.  El dolor pertinaz de riñones, la ciática y los tirones del espinazo son debidos  al día aquel  en el que el hombre tomó  la decisión de  bajar del árbol.

Somos  una rabadilla mal soldada. No habría pasado nada extraordinario si la humanidad hubiera seguido dando saltos  y cabriolas en el aire . Hubiésemos inventado pantalones un poco más campanudos, los uniformes tendrían un agujero en el ano, y las modelos  no darían esos taconazos cabreados al desfilar   en la pasarela Cibeles.

Las fábricas de armamento continuarían sacando el mismo modelo de cañones, sólo que se dispararía con el rabo , mientras con las manos nos taparíamos los oídos. . Cualquier chimpancé con un poco de chicha construiría  el Vaticano, o escribiría el Quijote . Y  nos enamoraríamos  igual que ahora.

En fin, más  o menos todo igual. Por otra parte, seríamos  más amigos de los chimpancés - desde luego follaríamos mucho más- y  tendríamos las bananas  a ras de los labios,  y quizás ahora habría una nueva raza  , un híbrido de mona  y   hombre .

Para mirar al cielo sólo habría que hacer una voltereta al viento imperio.

Eso es todo.