Peter Pan cede su nombre a un diagnóstico psicológico , un complejo que habla de la pérdida de la infancia - la expulsión de Nunca Jamás . Una derrota de la cual no queda más que la nostalgia de cuando uno era capaz de volar.
Dijo Pascal que todo lo malo que le había ocurrido en la vida se debía a haber salido de su habitación.
No soy Pascal, pero con frecuencia he pensado que somos niños perdidos regresando a casa, viviendo en el desvarío.
Bien mirado, todos los problemas que uno arrastra a lo largo de estos 66 años que estoy cumpliendo derivan de haber abandonado la falda de la mesa camilla que había en casa de mis padres , donde yo me refugiaba de crío y usaba como tienda de campaña.
El mantel de aquella mesa era de color naranja , y al atardecer , allá dentro, todo se coloreaba de una calidez esponjosa melón . Allí pasaba horas encerrado imaginando aventuras imposibles.
De vez en
cuando regreso a esa mesa camilla. No conozco a nadie que sacudido por la rutina y el estrés no piense en su particular cabaña , y desee largarse lejos de todo a retirarse allá.
Es allí, en nuestra cueva de la infancia, en la tienda de campaña de indios que hicimos , o la de leñador, o la que construimos en lo alto de un árbol , la de la isla perdida...allí quisiera volver.
Porque debajo del faldón de mi mesa camilla era indio, vaquero, pirata, leñador, pescador en el polo.
Repaso mi biografía y recuerdo haber vivido en decenas de casas: grandes como colegios mayores, lujosas como Castelldaura, mágicas como El Llendón...residí en los mejores barrios de Barcelona, Lérida, Tarragona y Valladolid.
He dormido en hoteles de ensueño, algunos muy lujosos, pero ninguno de esos lugares, absolutamente ninguno, se parece a esa mesa camilla, al faldón donde me cobijaba y era el rey del mundo.
La seguridad que sentía se perdió junto a mi inocencia.
Un día crecí y ya no cupe bajo esa mesa. Dejé de jugar y quedé desvalido, a la intemperie, al mviento imperio, lejos del mundo de mis sueños, de todas esas aventuras tan divertidas que pergeñaba.
Pero hoy, sesenta y cinco años después, sé como regresar a esa mesa camilla, levantar el faldón e introducirme dentro, y hacerme imbatible dentro de ella frente a cualquier adversidad que la puede suceder.
Esa es la razón de que no tenga miedo a nada, ni a nadie.
Gracias a tu entrada de hoy, he recordado la felicidad que me invadía bajo las cortinas del salón cogidas con pinzas y apoyadas en una silla. Era mi jaima donde me protegía de las hienas, mi tipi donde me ocultaba de los confederados, mi lugar sagrado donde era invisible, invulnerable ... feliz.
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