martes, 29 de agosto de 2023

LA MESA CAMILLA. MI PAÍS DE NUNCA JAMÁS.

Peter Pan cede su nombre a un diagnóstico psicológico , un complejo que habla de la pérdida de la infancia - la expulsión de Nunca Jamás . Una derrota de la cual no queda más que la nostalgia de cuando uno era capaz de volar.


Dijo Pascal que  todo  lo malo  que le  había ocurrido en la vida   se debía  a  haber salido  de su habitación.


No soy Pascal, pero  con frecuencia  he pensado que somos  niños perdidos regresando a casa, viviendo en el desvarío.

Bien  mirado, todos  los problemas que uno arrastra a  lo largo de estos  66  años  que estoy cumpliendo  derivan de  haber abandonado  la falda de la mesa camilla que había en casa de  mis padres ,  donde  yo me refugiaba de crío y  usaba como tienda de campaña.

El  mantel de aquella  mesa  era de color  naranja , y al atardecer  , allá dentro, todo se coloreaba de una calidez esponjosa  melón . Allí pasaba horas encerrado imaginando aventuras imposibles.

De  vez en 
cuando  regreso a esa mesa  camilla. No conozco a nadie  que sacudido  por  la rutina y el estrés no piense en su particular cabaña , y desee largarse lejos  de  todo  a retirarse allá.

Es allí, en nuestra cueva de la infancia, en la tienda de campaña  de indios que hicimos   , o la de leñador, o la  que construimos en  lo alto de un árbol , la de la isla perdida...allí quisiera  volver.

Porque   debajo del faldón de mi mesa camilla era indio, vaquero, pirata, leñador, pescador  en el polo.

Repaso mi biografía  y recuerdo haber vivido en decenas de casas: grandes como colegios mayores, lujosas  como Castelldaura, mágicas como El Llendón...residí en los mejores barrios de Barcelona, Lérida, Tarragona  y Valladolid.

He   dormido en hoteles  de ensueño, algunos muy lujosos, pero ninguno de esos lugares, absolutamente ninguno, se parece a esa mesa camilla, al  faldón donde me cobijaba  y era  el rey del mundo.

La seguridad que sentía se  perdió junto a mi inocencia.

Un día crecí y ya no cupe bajo esa mesa.  Dejé de jugar  y quedé desvalido, a  la intemperie, al  mviento  imperio, lejos del mundo de mis sueños, de todas esas  aventuras  tan divertidas que pergeñaba.

Pero hoy, sesenta y cinco años después, sé  como regresar a esa mesa camilla, levantar el faldón  e introducirme dentro, y hacerme imbatible  dentro de ella frente a cualquier  adversidad que la puede suceder.

Esa es  la  razón de  que  no  tenga miedo a  nada, ni a nadie.



1 comentario:

  1. Gracias a tu entrada de hoy, he recordado la felicidad que me invadía bajo las cortinas del salón cogidas con pinzas y apoyadas en una silla. Era mi jaima donde me protegía de las hienas, mi tipi donde me ocultaba de los confederados, mi lugar sagrado donde era invisible, invulnerable ... feliz.

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