Una biografía humana, y la historia humana, se puede contar con árboles. Desde luego, mi vida está repleta de árboles. Mis amores se pueden recordar a la sombra de muchos de ellos.
Ya de muy antiguo se habla de un árbol del paraíso, un árbol del conocimiento de la ciencia del bien y del mal. También hay muchas leyendas sobre árboles de la vida, árboles de la eterna juventud, árboles que se encaraman hasta los cielos.
Los árboles son, viven y expresan lo mismo que los hombres, lo mismo que todos los vivientes, pero lo hacen a plena luz, silenciosa y felizmente, con un maravilloso poder expresivo, y de un modo muy sincero.
Los pintores y escultores les han copiado colores y formas y se han inspirado en ellos, los músicos les han encontrado sus melodías, los coreógrafos y bailarinas han llevado su movimiento a los escenarios de danza, los poetas han cantado sus almas. Los países, las regiones y las familias los han tomado como emblemas.
Hay árboles pequeños, enanos, y gigantes, unos que viven poco y otros que son muy longevos, hay unos hermosos y otros raquíticos y casi miserables. Hay árboles indolentes, joviales, divertidos, infantiles, graves, lujuriosos, todopoderosos como los dioses.
Hay árboles femeninos, tiernos, coquetos, llenos de gracia, maternales. Hay árboles luminosos y árboles sombríos, temibles y acogedores.
Los mensaje, los rumores y los diálogos de los árboles han quedado plasmados también en adagios, sonatas, sinfonías, pasacalles, romanzas, y otras canciones folklóricas de lo más variadas, que replican su ritmo y su sonido con violines, chelos, oboes, pianos, clarinetes, o simplemente con la voz humana.
«Yo me arrimé a un pino verde/ por ver si me consolaba,/ por ver si me consolaba./ Y el pino,como era verde,/ al verme llorar, lloraba,/ al verme llorar, lloraba»
Los pinos lloran, y ríen, y sueltan campanadas en Navidad o hacen sonar amores silenciosos bajo la nieve. Se puede bailar el volumen y la energía de los castaños , la inocencia y la seguridad en sí mismos de los pinos, el sufrimiento y la angustia de los olivos y cipreses y la esbelta elegancia de los chopos. Porque las figuras en reposo pueden acompañar al hombre y dialogar con él según infinitas modalidades del gesto y del movimiento, y hay coreógrafos que lo hacen.
¡Cuántos bailes se han inventado observando los arboles!
Cuando era un chaval , en Bielsa, dibujé con una navaja en la corteza de un abedul un corazón atravesado por una flecha con dos iniciales S y P.
Pilar era una chica que me traía loquico .
Cuando regresé un septiembre de hace unos años supe que había fallecido. Intenté varias veces volver al lugar de ese bosque , pero no lo encontré. Si el árbol creció con normalidad, hoy debe haberse convertido en un fantástico tronco de corteza blanquecina , casi plateada , que sordina en silencio dos amores que no fueron.
Hay quien piensa que los árboles pueden tener sentimientos. Incluso se abrazan a ellos y escuchan a través de su corteza el fluir de la savia.
Los árboles ya existían hace 300 millones de años y nosotros llevamos aquí 50.000 años. Somos unos recién llegados al planeta.
Me gusta es adentrarme por el bosque hasta perder cualquier posible contacto con la civilización. Son una metáfora de nuestra existencia porque cuando estamos en su interior sólo podemos percibir una pequeña parte de su extensión, que para nosotros es indeterminada. La perspectiva va cambiando al caminar y, de repente, nos encontramos con un manantial, una quebrada o un claro que nos ilumina.
Si uno se interna en su espesura de esas coníferas hayas, abetos , puede tener la sensación de ser el primer ser humano que pisa ese lugar. Allí todo se apelmaza en olores húmedos, en silencios que sordinan el ruido de una cascada, o el canto de los pájaros.
En los bosques aún podemos encontrar todavía la pregunta de quienes somos y por qué estamos aquí.
O eso creo.
Siempre me impresionó, al ver uno de esos árboles centenarios de tronco inabarcable el hecho de que el árbol pudiese haber conocido a mi bisabuelo. El hecho de que sean seres vivos con siglos de vida tiene su aquel. A un olmo seco, hendido por el rayo... buena semana barullanos!!!
ResponderEliminarLa poesía del olmo es de una belleza conmovedora.
EliminarDos entradas, las últimas, de acusada melancolía. No puedo expresar nada que no sea respeto y comunión. Ayer por la tarde estuve recordando la búsqueda de piedras planas y ovaladas para que rebotaran en la superficie del agua y los gritos exaltadas cuando sobrepasaban los tres votes. Escribí un pequeño ensayo sobre esas sensaciones exclusivas de la infancia. Joder, demasiadas cosas que abruman, enternecen, emocionan. Lo que ya nunca seremos, pero lo fuimos y estuvo bien. Una responsabilidad.
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar " Lo fuimos y estuvo bien"
EliminarHay algunos bosques, pienso en los árboles estilizados como lanzas frías, la Bruja de Blair, que si dan miedo. En el bosque puedes encontrar paz o puede ser un infierno. El terror se alía muchas veces con ese límite del bosque al que no puede traspasarse.
ResponderEliminarEs un clásico el bosque que esconde figuras tenebrosas.
EliminarMiedo, pero miedo, miedo, el bosque de Hansel y Gretel cuando madre lo contaba en noches de invierno mientras llovía al otro lado de la ventana y la niebla lo envolvía todo. Lo otro, lo de la Bruja de Blair, pues bueno, quizás para quien no se ha extraviado en su infancia entre los bosques de Barba Azul (literal al cuento, sin segundas).
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