miércoles, 10 de marzo de 2021

MI PRIMER MUERTO.

La primera vez que me enfrenté al descubrimiento de la muerte fue a los ocho años. 


Había fallecido un sacerdote jesuita en el colegio. Han pasado más de cincuenta años y recuerdo su nombre: el padre Celma.


Un hermano, apellidado Urdániz, nos llevó a rezar a una pequeña capilla donde estaba el cadáver en cuerpo presente. También recuerdo a Urdániz, aunque por otras razones: era un hombre alto, enjuto, de pelo hirsuto, de cepillo, voz atiplada, y con aires pederastas. Sobaba  muslos y culetes mientras te llamaba a su mesa a leer . Y daba unos mandobles muy principales.


A éste lo sufrí tres años.   


Celma, el muerto, estaba revestido de sacerdote con un alba y sobrepelliz. 


Yo estaba justamente en el perfil de su nariz. El cura estaba serio, con la boca cerrada, los párpados bajados, las manos , como de cera, sobre el vientre. Lo de "serio" no lo escribo en coña. A mi es lo que más me impresionó. Los muertos son gente muy seria. Allí, el tío, sin decir ni mú.


Como digo,  su perfil estaba muy cerca de mi. Tan cerca, que sin venir a cuento, apreté con el dedo índice la boca del fiambre. 


¡ Y se abrió!. Se le puso cara a Celma de " ¡ ayváááá!", como un pez.  Del interior de sus mofletes asomó un algodón blanco que a mi, la verdad, es lo que más me impresionó.


Urdániz dirigía unas avemarías, despistado y piadoso. Cuando vio a Celma bocaneando  vino  a nuestra fila, nos metió unos coscorrones, y nos hizo salir  a escape.


Ese es el recuerdo que tengo de mi primer muerto.


Luego he visto más. Y hoy sé que morir no es tan difícil como encontrar aparcamiento en Barcelona.



 



1 comentario:

  1. ¡Me acuerdo! Yo lo vi. La verdad es que nos tragamos todos los curas y frailes que cascaban. Saludos Suso. Chema.

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