Ayer, entre las llamadas que hice en la Cruz Roja, encontré una perla.
Se llamaba Carmen. Tiene cuatro hijos. Se quedó viuda muy joven. Vive sola. Ochenta y dos años.
- Si algo tenía muy claro era que ninguno de mis hijos siguiera detrás de mi. Esto de las vacas y la tierra no es vida. Es muy esclavo.
- ¿Y lo consiguió?
- Sí. Dos hijas ganaron la plaza de administrativas en dos ayuntamientos, otro hijo tiene un almacén que vende productos agrícolas, y el cuarto es profesor.
- ¡ Enhorabuena!
- Sin embargo, no crea, el trabajo llegó a gustarme muchísimo. ¡ Cuántas veces al regresar a casa después de trabajar me daba la vuelta para ver lo que había hecho en la finca, ¡ y disfrutaba de esa labor !
Me llegó muy dentro. No sólo era admirarse de la belleza de lo que había hecho, sino de ese ardua labor y esa contemplación de lo bien hecho.
La tarea bien acabada. Algo que aprendí de mi padre fue no despreciar lo que ignoro. Sé que en esa mujer anida el corazón de los artistas, de los poetas, de la tradición, que es memoria de la historia. Ese campo, esos árboles, esa huerta, para esa mujer están tan vivos como nosotros. Conocer y cuidar todo eso requiere ingenio, paciencia, observación, conocimiento, delicadeza, mimo, energía.
¡ Qué pequeño me veo delante de personas así!.
¡ Qué envidia siento !
Hay personas que son de verdad. Gracias por ponerlas en valor.
ResponderEliminarTrabajemos algo con las manos y démonos la vuelta para observarlo. Pocas sensaciones tan gratificantes.
ResponderEliminarCierto!
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