Un hábito que tengo desde muy pequeño es mirarme a mi mismo "desde fuera", como si fuese espectador de una película que protagonizo. No he escrito " película que dirijo", porque nunca tenido la idea de mi mismo de dirigir nada. A veces, muchas , la verdad, creo ser un tronco arrastrado por la corriente, dando tumbos.
Una vez vi, en sant Cugat, una señora ser arrastrada, literalmente. por su perro - un perrazo inmenso. No era era ella la que sacaba a pasear al perro, al contario, la buena señora era paseada de aquí para allá, dando zancadas larguísimas y erráticas al buen tuntún.
Bueno, pues también se ha visto uno así en la vida, arrastrado por los perros de sus instintos, como Mesala por sus caballos desbocados.
Pero este verme como espectador de mi mismo me dio una especie de salvoconducto que , estoy convencido, me protegió de la locura, de la neurosis, de ansiedades y complejos. Porque me veía allá fuera, yo que sé, metiendo la pata, equivocándome, errando , cometiendo torpezas, haciendo cosas que como diría el coronel Trautman "harían vomitar a una cabra", y eso me distanciaba de lo que sucedía, mientras sucedía.
Era tal la raíz de esa costumbre , que la ponía en marcha simultáneamente al hecho que realizaba.
Me importa poco si es enfermiza o no esa manera de ser. Pero es así, y no se puede hacer nada por desterrarla del alma de uno.
Eso, y la confianza ciega en el sacramento de la Penitencia y la confesión de los pecados, explican muchas cosas de mi pobre vida.
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