viernes, 31 de marzo de 2023

FORZANDO LA SINCERIDAD.

Hace años, muchos, dirigía un curso de retiro - en otros lugares se nombran como ejercicios espirituales-   un chaval  de quince años llamó a la puerta de mi despacho. Quería hablar conmigo. Se  sentó y me dijo:


- Estoy enamorado de ti. 


Aunque me quedé algo perplejo, no me encajaba esa declaración con su forma de ser. Al final supe que uno que había ido a  impartir una charla sobre la castidad habló de la sinceridad salvaje y, entre otros ejemplos,  dijo " si estás enamorado de tu director,  lo dices".


El que puso el ejemplo era un enfermo. Así le fue. Pero, desgraciadamente, era un consejo muy habitual. Y que provocaba desastres de consecuencias dramáticas, a veces. Ese tipo de sinceridades de extracción hasta soltar el sapo no siempre se ha entendido bien. El problema del charlista era que ponía ejemplos. Eso es un error. 


Y lo digo yo, que fui formado en esa ascética.


También hace años,   llevé varios chavales a la consulta de un médico pediatra, dirigía una consultoría muy prestigiosa , un gabinete psicológico  que atendía jóvenes con  problemas de adolescencia. Este hombre era Cruz de Sant Jordi . De las mejores cabezas que he conocido. Pertenecía al opus dei. Era persona liberal, afable, con unan  capacidad de discernir maravillosa. Tenía muy buen ojo clínico. 


Una tarde, ya de noche, hablando de uno de los jóvenes, le dije " ... y mira que  le he  puesto entre la espada y a pared, pero nada". 


Su reacción, sin ser violenta, fue visceral, muy dura. Saltó sobre mi, casi cogiéndome de las solapas:


- ¿ Pero tú quién eres para poner a nadie entre la espada y la pared?


Fue una conversación que no olvidaré nunca. Entendí qué significa la palabra   respeto, algo que no conocía ni en mi mismo, ni en el trato con los chavales. Tampoco la olvidaré- hablamos horas aquella noche- porque falleció a los pocos  días. Se apellidaba  Miralbell. 


Su pasión, una pasión que era vocación, era la medicina . Podía estar horas hablando de ella, de sus  enfermos , y con ellos, formándose continuamente. Y atendiendo por supuesto. En el gabinete   tenía su cielo en la tierra.


Si hay que morir, que se muera uno en el sitio en que ha sido tan feliz. Ese hombre , si no falleció en su estudio , estaría muy cerca.


Una de las personas que atendió se llamaba Giorgio. También murió joven. Un corazón oceánico. Un chaval con una alegría expansiva, que derrochaba ganas de querer y ser querido. Precisamente, el que había puesto entre la espada y la pared. Y fui testigo del cambio radical  que hizo de la mano del doctor Miralbell. Y lo hizo de un modo tan delicado y, a la vez, decidido.


No, no hay que sacar el sapo de nadie, no hay que forzar, no hay que intuir, ni hay que dar ideas, ni hay que ensuciar conciencias.  


La verdad es que no puedo hablar por mi. No soy ejemplo de lo que estoy escribiendo. Pero he vivido con personas con una elegancia natural y con una clase tan maravillosa que no bastaba con respetarlas, había que quererlas. Y de ese amor nacía la sinceridad.


De eso sí que sé. Yo rompí a ser sincero sin que nadie me preguntase nada. ¿ La razón?: que  los que estaban conmigo no merecían mis mentiras.  Se trata de vivir con unas personas que tienen   una manera de ser, una manera de estar en el mundo que sólo quieres tratar de imitar.


Por  cierto, hace tres años volví a reencontrarme en  Barcelona  con ese chaval que me dijo se había enamorado de mi. Hoy es  profesor universitario. Casado y con hijos.  Comimos varias veces.  Un día me atreví a contarle lo de su enamoramiento. No se acordaba de nada.


Y  es que nos preocupamos por gilipolleces. 





  

9 comentarios:

  1. G. un corazón con patas, tal cual. El doctor M. un auténtico crack, una vida muy inspiradora que, además de su ejemplar trayectoria profesional, formó una gran familia. Imagino que a alguno de sus hijos/as los conoces bastante.

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  2. También hablamos de sus hijos aquella noche...

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  3. La sinceridad salvaje quizá no sea necesaria. A veces pienso que si la naturaleza de alguna forma ha dispuesto que aquello que recordamos o pensamos no sea conocido ni percibido por los demás porque está solo en nuestra cabeza, quizá sea porque deba ser así. El amor está por encima de la sinceridad. Habrá alguna mujer mayor en algún lugar que quizá no necesite saber que su marido ha muerto, porque la mujer tiene idas y venidas en su memoria y en sus capacidades cognitivas por alguna enfermedad degenerativa y una noticia de tal magnitud la desestabilizaría para siempre. Quizá no sea lo mejor confesar a un ser querido una traición, si esa traición fue en el pasado, si su evocación le duele ya al culpable más que la muerte, si el arrepentimiento ya se produjo en su día y persiste en la actualidad; quizá la confesión al ser querido causaría más daño que otra cosa, y por amor, hay que callar. No todo es blanco o negro, y hay que saber nacer cada día. Hay muchísimas situaciones en que por amor es necesario no sacar de cualquier forma aquello que llevamos dentro. En mi opinión, la sinceridad que se exigía en el O.D. era prácticamente una sumisión, un poner toda tu vida en manos de alguien que ni siquiera era sacerdote, de quien conocías los defectos, y encima, intuías y habías sido testigo de su nula discreción. Yo nunca la viví bien; sí que la viví en la confesión. Me vienen ahora a la mente las palabras de Jesús diciendo que a nadie llamemos guía sobre la tierra, porque uno solo es nuestro guía que está en el cielo; y que a nadie llamemos padre... Y cada vez que yo sacaba estas palabras a algún sacerdote expresándole mis dudas sobre lo que dijo Jesús, que se contraponía a tanto llamar padre y guía a tanta gente en la iglesia, me hablaba de que había que interpretar bien lo que quiso decir Jesús, que si el director espiritual era como el representante del señor, que si tal, que si cual... pero lo cierto es que Jesús dijo lo que dijo. Y si a eso le añadimos un fanatismo homófobo, con todos los tics y tópicos de la época, y una ignorancia también propia de los tiempos sobre afectividad sexual, tenemos ya un caldo de cultivo donde mucha gente con convicciones religiosas sufrió lo indecible. Todo es más sencillo; lo pienso cada vez que veo a mis dos agapornis hembra apareándose y pienso que ciertas personas con las que coincidí en mi adolescencia pensarían que el diablo había poseído a la pájaras. Personas que vistiendo sotana llamaban invertidos a los que sentían atracción por los de su mismo sexo, o que te recordaban que si cometías un pecado mortal y no te daba tiempo a confesarte, te ibas de cabeza al infierno por muy arrepentido que estuvieras. Y yo pensaba en mi abuelo, un tipo que trabajaba como un burro, a conciencia y con corazón, y que se desvivió por sacar adelante a sus hijos; un ser tierno y amable con todos los que lo necesitaban, un hombre tosco pero bueno como el pan, pero que no creía en nada, y que además hojeaba revistas de señoritas sin ropa; y me costaba verle en el infierno por no ir a misa o por no confesarse o arrepentirse de algo que esos sacerdotes consideraban tan grave. Yo amaba, y amo, a mi abuelo, aunque haya muerto sin arrepentirse de algunos pecados; y no creo que Dios pueda convencerme de que ese ser que dio su vida por las personas que amaba deba estar en el infierno. Entre otras cosas, por estas barbaridades deje de ser cristiano. Para convencerme de que alguien es de Dios, no me sirven paseos sobre las aguas, muertos que resucitan, o vírgenes que se aparecen a pastores. El mago Pop también hace cosas parecidas y no me hago discípulo suyo. Basta simplemente mostrarme un Dios que acoja a todos, que limpie lo que está sucio, que enderece lo torcido, que tenga un poco más de amor que el que tenemos los humanos; un Dios que no se parezca tanto a los verdugos vengativos y justicieros en su rigidez e intolerancia; la verdad es que es imposible no creer en un Dios así.

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  4. Hay personas exhibicionistas que les encantan contar sus intimidades; otras son reservadas y les cuesta la misma vida contar cualquier detalle íntimo. Para mi fue siempre una tortura la confidencia, siempre desnudándose delante de otro…siempre arrastrando traumas, forzando la conciencia. Que envidia me da cuando veo parejas que comparten sus secretos; en el O. D. había que compartir con cualquiera, a la fuerza, sin reciprocidad. Por eso un dia dije: hasta luego Lucas. Y me fui sin avisar; para qué iba a estar meses o años rogando que quería irme. Como diría Fernando Fernán Gómez: a la mierda!

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  5. Uno buen amigo de mi adolescencia , José Ramón Villar, se nos fue de un cáncer hace unos años. Era sacerdote y decano de la universidad de Navarra, teología. Yo le hablé de ser de la obra. Cuando le llamé para interesarme por él vi que no decía nada sobre rezar y esas cosas que se supone que hacen los sacerdotes.

    Le dije que rezaba por él. Le cambió la voz. " Me alegra- dijo- te debo mi vocación". Pensaba que al haber dejado la obra perdería la fe.

    Hablé con él días antes de morir. Le comenté que estaba convencido , lo estoy, de que el cielo no tendrá nada que ver con lo que nos han contado. Y que todo eso de la gracia santificante, gracia de estado, y todas las gracias que nos habían enseñado y el derecho canónico y, en fin, los rollos que nos habían enseñado eran , eso, rollos. Todo es más sencillo.¡ Tiene que serlo!

    No dijo nada.

    Una vez oí una frase que me llegó muyyyy dentro: " te quiero tanto, que todo lo que tú ames, yo lo salvaré".

    En eso creo. Se trata de amar.

    Gracias por tu comentario. Enjundia.

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    1. Me ha gustado la frase y me la he apuntado. Me he preguntado quien la habría dicho, y después de un poco de búsqueda en google, al no encontrarla, lo he dejado. Después he salseado por tus blogs sin intención de buscar nada en concreto, y he elegido por azar el blog del Pabilo, y una fecha al azar, de septiembre de 2014. Y en la entrada elegida al azar, he leído que escribiste esta frase: "...Te amo tanto - le dice a santa Catalina de Siena en una de sus locuciones- que salvaré todo lo que ames...". ¿Coincidencia...?

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    2. Te la hubiera dicho yo, hombre

      Es de Los diálogos de santa Catalina de Siena. Para mi fue un hallazgo. El libro ya es algo fuera de serie.Y la frasecita se las trae.

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  6. Yo soy una de esas personas exhibicionistas. Y, además, me chifla contar, escribir, y recordar. En realidad, no es tanto exhibicionismo - aunque me importa nada que se sepa según qué cosas- pero pienso que hay personas que necesitan ver que sus rarezas, sus miedos, sus aristas, y sus neuras, las tenemos muchos. Es sanador comprobar que no pasa nada. Y esa es la razón de este Barullo.

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  7. A mi entender, eso que inventó Escrivá, lo de la sinceridad salvaje, es una de la mayores perversiones y abuso de conciencia de su obra. Se creyó estar por encima de los demás abusando de un control patético y enfermizo. Así nos fue y así les va, de hecho todos perdimos.
    Estupidez humana en estado puro.

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