miércoles, 5 de abril de 2023

TRES MUJERES. AMPARO.

Amparo era la administrativa, secretaria, recepcionista, en Peñalba.


De todos los colegios que estuve trabajando Peñalba fue, sin duda, el peor. Era gente de mentalidad de un corral, de vuelo corto. Gallináceos. Yo creo que ese colegio nació mal y eso , como un hijo tonto, no tiene arreglo. La mayoría de sus profesores era personas paletas, aldeanas, susceptibles. Gente que se ponían motes entre sí, y a los padres. Ridículamente  suspicaces. Chismosos, murmuradores. No se fiaban unos de otros, aunque afirmaban ser un equipo. Tenían pavor al qué dirán, y su frase era " que no te saquen cantares".


"Que no te saquen cantares", ¡ja!: a eso se dedicaban. Y esa mentalidad les hacía pequeños. 


En ese colegio lo que de verdad había, pero de verdad de verdad, eran tíos raros. Gente con una fotogenia fatal, unos individuos confundidos en cuanto al ser de la institución -  los viejos profesores envenenaban a los nuevos con el ser de la opus, y no  distinguían Mare Nostrum de opus dei. Entonces actuaban " como si se enterasen", no tenía ni puta idea.  Y esa ignorancia les pesaba y andaban intentando no defraudarse entre ellos.


El comedor de profesores, a la hora del condumio, era una especie de muñecos expuestos de barraca de feria para deleite de los que allí estaban. Allí las puyas sobre los ausentes , las indirectas , algunas sangrantes, eran muy crueles.


Alguno pensará que los estoy poniendo guapos. Me quedo corto. Allí no se libraba ni el cura, párroco acartonado, serio, probablemente depresivo, y nada en sintonía con Fomento. Lo dejo aquí.


Ser paleto y con complejo de pobre tendría que ser un impedimento para dar clase en un colegio de ricos. Se les ve el pelo de la dehesa.


De lo mejor que allí había era Amparo. La única mujer en un mundo machista - ella era invisible para la mayoría de sus profesores. Es de esas señoras con personalidad, muy segura de sí misma, con una paciencia infinita. Discretísima. Siempre dispuesta.


La traté poco. Alguna vez me crucé con ella por la calle y tenía la impresión de que no fue afortunada en el amor. Era soltera . Pero puedo equivocarme.


Su hermano era el administrador del colegio. Un militar con bigotón de principios del XX , más tieso que un turrón caducado. Muy serio, con un sentido de sí mismo exageradamente severo. Yo pensaba que no debe de ser fácil tener de cuñado una persona así, que parecía el coronel Nathan  de "Algunos hombres buenos".


Curiosamente, o no tan curiosamente, años después me crucé con este hombre paseando con su mujer por la calle. Estaba muy enfermo, casi ciego. Iba acompañado de ella que servía de guía y lazarillo. Ella feliz.  Y, para mi sorpresa, compruebo algo que me ha sucedido muchas otras veces: la enfermedad había descubierto un hombre sensible, con sentido del humor, alegre, alguien que la dependencia le hizo agradecido. ¡Era otro!


Amparo, mi homenaje, mi respeto. A sus pies.


La foto es de mis años en Peñalba. A pesar de todo, allí fui muy feliz. No me importó que me sacaran cantares. Y , entre tanta purria que había en ese río, la batea de la vida me hizo extraer auténticas pepitas de oro.


Pero eso, otro día.


 



2 comentarios:

  1. Con esto mismo me encontré en un colegio en el que trabajé; también era un pueblo, pero el colegio (instituto de hecho) era público; yo trabajo en institutos públicos. El caso es que fue en una cena de profesores en la que como es habitual, ya en los postres, la gente empieza a irse escalonadamente según sus circunstancias familiares. Pues era irse alguien, y empezar a destriparle: "que menudos aires lleva..." "que fíjate que vestido se ha puesto hoy..." "que el otro día hizo..." "que el otro día me dijo..." "que les habla a los niños como si fuera Hitler..." "que si les habla como si fuera su colega..." A cada profesor o profesora que se iba, aparecían los puñales. Un compañero que tenía a mi lado, y que me vio la cara de estupor, me explicó por lo bajo que eso era habitual, y que él, por esa razón, solía irse siempre el último. Eso hice yo aquel día. Pero en otra cena en que tenía ganas de regresar a casa pronto lo hice mejor; me levanté y les dije "bueno, con vuestro permiso me voy retirando, y así podréis hablar tranquilamente de mi, sacarme defectos, explicar mis miserias, rajar un poco...", yo pensé que se reirían porque lo dije en tono cordial y de broma, pero se hizo un silencio extraño. Con el tiempo vi que esa costumbre de chismorrear cuando alguien no está era un tema cultural; simplemente hacían lo que han visto siempre hacer, y llegué a la conclusión que en otros ambientes donde ese chismorreo no se da, en realidad sí que se da pero se queda en las mentes; me refiero a que el ver siempre los defectos ajenos no se hace tan público, pero existe igual en la mente de cada uno de los comensales, o se da en otros momentos más en privado. Y fui viendo que el ser "raro" no es un valor absoluto, sinó relativo. En ese instituto el raro era yo, porque estaba en minoría, y los normales eran los que rajaban. En otros ambientes más de ciudad lo raro puede ser otra cosa, y lo normal otra. De hecho "normal" viene de "norma", y de las "normas" algunas están escritas y otras no, pero incluso de las escritas, algunas no son iguales en todas partes ni absolutas. Y como dices, a pesar del chismorreo, eran buena gente, o había buena gente entre ellos; de hecho, lo agradable y lo espinoso está dentro de cada uno todo mezclado.

    PARACAIDISTA CON VERTIGO

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  2. Es un asunto viejo ese de las mentalidades pequeñas y de corral.

    Es cultural. Y están convencidos de que es lo que hay que hacer, que no hay mala fe, que son buenos compañeros que se ponen a parir porque se quieren.

    Tengo anécdotas buenísimas de esta gente. Muchos eran de la prelatura , los peores. Por ejemplo, un tal Juan Carlos, una sabandija , piadosa, eso sí, pero sabandija.

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