En Valladolid tuve la suerte de andar la trocha de la vida allá con unas personas maravillosas. Atendí durante dos años a un grupo de personas mayores, gente de quilates. Tenían una vida intensa, de una bondad conmovedora, cuando la conocías de cerca, y ellos se abrían. No todos lo hacían, pues allí aprendí que la sensibilidad es pudor, y el pudor de estas buenas personas tenía que ver con su familia, mujer, hijos, nietos...
Vivir oxida lentamente y mientras se vive, duele. No conozco una vida sin cicatrices. Vivir consiste en ser consciente de ello y en seguir perseverando como el salmón contra corriente.
Estoy convencido que la fuerza de la iglesia, las famosas divisiones de Stalin, está en esa gente humilde, buena, que hacen lo que hay que hacer, sin darse un pijo de importancia. Trabajan en sus cosas, están con su gente, se rozan con la vida hasta mancharse. Esa gente que no sale del armario, porque no hay armario en los hombres comunes, el tipo bueno que hace cosas buenas, que quiere a su gente, que llora y reza, y ríe, y festeja, y las cosas no siempre le salen bien: su mujer, sus hijos, sus sueños. Y es un gigante. Y no lo sabe.
Uno de ellos fue Josemaría Campos Setién. Un hombre recto, de conciencia, cabal. Un intelectual de los pies a la cabeza. Cuando le conocí acababa de jubilarse. Era, creo, que general, y había sido Notario en el Ministerio de Defensa. Trabajaba codo con codo con el ministro Serra. Bueno, la verdad es que sé que era muy principal, pero ni a él ni a mi nos interesaba mucho su biografía. En Valladolid se le consideraba persona muy prestigiosa,
Comenzamos muy mal nuestra relación. Soy muy mal hablado, y en una de las charlas que daba al grupo solté alguna gorda y el general dio un respingo y, con la seriedad que le caracterizaba, interrumpió y me rogó que hablase bien, si no me importaba.
- Lo siento- contesté- pero es de cuna. Si no te gusta como hablo, pide cambio de grupo.
No se inmutó.
Pensé que no volvería.
Con el trato nos llegamos a querer mucho. Éramos la noche y el día.
Contaré una anécdota, de las que se pueden contar.
Durante una temporada Josemaría estuvo enfermo y yo le iba a visitar a su casa. Allí charlábamos, tomaba un cafelito, y regresaba a mi casa.
El primer día el hombre me dijo " ¿ has venido en coche?".
- Sí
- Te acompaño.
Fuimos hasta el coche, aparcado cerca. Nos despedimos. Entro en el auto y me quedo buscando en la agenda algo. Miro fuera. Josemaría está en la acera, justo al lado del coche, muy serio, y muy tieso. Le hago señal de que se vaya, que estaré dentro un rato.
El hombre ni se movió. Bajo la ventanilla.
- Oye, que es que estaré un rato más aquí dentro ordenando unas cosas. No hace falta que te quedes.
Y Josemaría , nada. Quieto parado.
Salgo del coche.
- Oye, que es que me quedaré dentro y...
- Ya. Te he oído. Pero es que en el ejercito hasta que el mando superior no se va el inferior debe esperar su marcha. Y tú eres mi superior.
- ¡Vamos, hombre, no me jodas!
- ¿La obra es milicia y familia, ¿no?
Lo mandé a la mierda. La siguiente vez ya no me montó el numerito. Le puse de condición que se quedara en casa. Y obedeció.
Mi homenaje. Un caballero.
Es lo que tiene Pucela... son pocos y están relativamente escondidos... Te los encuentras tomando un clarete o un blanco de Rueda y parecen un grupito de akdeanucos de pueblo... Y luego te vas dando cuenta de que esos seres aparentemente insignificantes... Son de relevancia mundial... Eso sí... Rodeados de mucha chusma...
ResponderEliminarPues no diré yo que no.... allí encontré oro
ResponderEliminarQue en Valladolid encontraras semejante oro es natural, no en vano es tierra fecunda de personas maravillosas. Otro gigante fue Miguel D. (el autor de bellas escritos como El camino, Los santos inocentes, etc); si tuviste el privilegio de poder tratarle... envidia de la buena me das :-)
ResponderEliminarA don Miguel no lo conocí, pero sí a un hijo suyo...de tal palo...un hombre bien majo 🤣
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