LUIS ARGÜELLO.

Ayer Luis Argüello fue nombrado presidente de la Conferencia Episcopal  . Lo conocí unos meses antes de ser elegido obispo auxiliar de Valladolid.

Fui a verle por motivos profesionales . En un momento de aquella primera conversación le conté que había perdido a Manuela. También mi marcha a Guatemala . Me emocioné hablando de su muerte- aún hoy me cuesta no romperme cuando hablo de ella.  

Nos caímos muy bien . Comimos tres veces juntos y a solas.  Me pareció un hombre inteligente, introvertido, cauto, prudente.  También espiritual. Me contó su viaje interior desde su ateísmo y vida docente en la facultad de Derecho de Valladolid a la fe. Una trayectoria personal muy interesante, y parecida a otras biografías de su generación. 

El párroco de la iglesia que frecuentaba, al que le dejé muchas cosas antes de ir a Guatemala, me dijo de Argüello que era un trepa. Alguien nada de fiar. No le tenía ninguna simpatía. Los curas diocesanos son muy jodidos . Es un corral.

Es un obispo que tiene su vertiente política. ¿ Quién no la tiene?

Pero hay una historia de su vida que, al menos para mi, dice mucho, y bueno, de él. 

Cuando era obispo  auxiliar de Valladolid nombró rector del Seminario a un sacerdote joven, muy de su confianza, don Fernando. Tenía cuarenta y un años. Murió en extrañas circunstancias  , solo, en el interior de su coche en el Pinar de Antequera  - siempre se creyó en un suicidio. Fue un palo muy fuerte para todos  los que le conocía. Especialmente a los seminaristas que convivían con él.

La prensa se puso muy pesada con el asunto. Y fue Argüello el que tomó las riendas de ese barco que hacía aguas por todos los lados. El obispado  guardo el silencio más absoluto.

La opacidad eclesiástica provocó que se disparen las conjeturas. La muerte de aquel hombre  fue  la comidilla de curas y fieles vallisoletanos, entre otras cosas porque era un cura de prestigio y muy querido tanto en su parroquia como en el mundillo de las Cofradías de Semana Santa, muy potentes en la capital del Pisuerga, y en el universo que rodea a los seminaristas.

Allí, entre sus seminaristas, la conmoción fue mayor que en ninguna otra parte de la diócesis. Sus seminaristas lloraban, se hacían cruces y no daban crédito. Se les ha ido, de una forma brusca e inesperada, su modelo, su referencia, su santo y seña. Y les había  dejado un poco huérfanos. 

Luis Argüello, viendo la situación, se fue a vivir al seminario , se hizo cargo de la dirección del mismo, y se puso a remar y trabajar. Y lo hizo muy bien.

Una vez  alguien me dijo que lo fundamental de su biografía estaba en las tres cicatrices de su cuerpo:  que no podía disimular.  Su vientre le recordaba una cesárea , a diario, aquel hijo deseado que terminó siendo el extraño de la foto. La de la cara que le impedía olvidar a un marido que, poco después de la boda, se convirtió en su peor enemigo.  Y una reciente,  aún con los puntos de sutura,  la de una biopsia que no presagiaba nada bueno, salvo que sería el último cosido de su desdichada vida.

Todos llevamos nuestras cicatrices. Argüello también.