Hay que reconocer que en la Olimpiadas se dan ejemplos de vida, de lucha, de tesón, de constancia, que a uno le ponen los pelos de punta. Incluso los de los brazos. Y más cuando eres de un deporte de pringaos. Porque un tenista, un futbolista, o un jugador de básquet, o un nadador, o cualquiera de esos atletas que son profesionales en lo suyo y que tienen cosida la marca del sponsor en la punta del nabo , pues no tiene mérito.
A mi me impresionó Derek Anthony Redmond. No ganó ninguna medalla en Barcelona 92, pero dejó una historia inolvidable, una demostración de sacrificio, fuerza de voluntad, y de amor entre padre e hijo. Los Juegos del 92 debían ser la culminación de su carrera. Era el favorito para el oro en los 400 metros lisos, y llegaba en su apogeo físico y mental, tras una vida atormentada por las lesiones.
Derek Redmond irrumpió con fuerza en el atletismo británico cuando con solo diecinueve años batió el récord nacional en 400 metros lisos. A nivel individual se quedó siempre a las puertas del medallero, pero era aún demasiado joven y su progresión era magnífica. Su momento estaba aún por llegar.
Iba a ser en Seul, pero no . Cuatro o cinco semanas antes de los Juegos Olímpicos de 1988, Derek empezó a padecer un fuerte dolor en el tendón de Aquiles. Abandonó antes siquiera de empezar la carrera. En los siguientes meses sería intervenido hasta cinco veces.
Derek contaba con el apoyo de su padre, Jim Redmond, su mayor valedor, su mejor amigo y su sombra dondequiera que fuera.
Y llegamos a Barcelona, el 3 de agosto de 1992. Con un Redmond recuperado de su lesión tras una última intervención solo cuatro meses antes, en plena forma, con un trabajo descomunal a sus espaldas y con sed de metal. La semifinal era un trámite; un paso más hacia la final y tras eso una pista lisa hasta el metal colgante. Padre e hijo sabían por todo lo que habían pasado hasta llegar ahí. Sabían de lo que era capaz Derek. Sabían que iba a conseguirlo.
Disparo de salida.
Arrancan todos los corredores. Entre el público su padre está volcado sobre un asiento a mitad de grada. En cuanto a Derek… está volando. Arranca con una fuerza descomunal y pronto sus piernas patean el tartán a un ritmo espléndido, situándolo en una cómoda posición en la vanguardia. Lo dicho: un trámite. Es demasiado fuerte, ha sacrificado más que nadie para estar aquí, no hay forma de que la carrera se le escape.
Pero, a poco menos de doscientos metros para la meta, nota un chasquido en su pierna derecha, seguido de una explosión de dolor. Se echa la mano a la parte trasera de su muslo, respingando penosamente mientras todos los rivales lo adelantan.
En la grada, a su padre se le viene el mundo abajo. No puede creer lo que está sucediendo.
Derek se desploma en la pista sobre su rodilla izquierda, la mano derecha en el muslo y la cabeza gacha. Está hundido. Los ojos se le llenan de lágrimas, pero no por el dolor de la lesión. A toar pol saco su sueño olímpico. Un equipo médico con una camilla corre hacia él para atenderlo. «No, no me voy a subir a esa camilla. Voy a terminar mi carrera». Y entonces se levanta. Con la cara distorsionada , jodido de dolor, el llanto y la desesperación, empieza a avanzar penosamente, apenas apoyando su pierna derecha. Los sesenta y cinco mil asistentes captan la épica del momento, la brutal y despiadada metáfora de una vida que están presenciando en directo.
¿ Quién no se ha caído, ha perdido, se ha quedado atrás y ha fracasado en su vida? El público sabe perfectamente lo que está pasando en la pista ese hombre.
Su padre salta de su asiento y corre grada abajo, sorteando gente, chocando contra ella y al final logra saltar a la pista. Las medidas de seguridad tratan de detenerlo, pero en ese momento nada ni nadie podría pararlo. Ha acompañado a su hijo durante toda su vida y en ese momento, el más doloroso de su vida, tiene que estar a su lado más que nunca.
Alcanza entonces a Derek. Preocupado por que su hijo se dañe todavía más, le pide que se detenga y ponga fin a ese sinsentido, pero Derek está decidido: sabe que esta puede ser la última carrera de su vida y está resuelto a terminarla.
El padre agarra al hijo para, de nuevo, tornarse en su apoyo y avanzar junto a él hasta la meta. La realidad entonces cae con todo su peso sobre Derek, que por un momento deja de andar y abraza a su padre, su cara desgarrada por el dolor y la angustia. Pero se ponen de nuevo en camino. Para entonces, el público está en pie y la ovación es un estruendo, empujando con su fuerza a un cada vez más renqueante Derek Redmond. Tras un calvario, ambos cruzan juntos la meta. Entonces la fachada del padre se derrumba y se echa a llorar a su vez. Padre e hijo se abrazan, desconsolados.
Tras la carrera su padre declara a la prensa: «Soy el padre más orgulloso del mundo. Estoy más orgulloso de él de lo que lo estaría si hubiera ganado el oro. Hace falta tener muchas agallas para hacer lo que ha hecho».
Esa sería la última carrera de Derek Redmond. Un cirujano enunció el dictamen fatal: no podría volver a representar a su país como deportista. Pero no se rindió; aún menos lo haría su padre, que animó a su hijo a competir en otros deportes en cuanto el atletismo demostró ser inviable. Empezó a jugar al baloncesto, y… bueno, se podría decir que no le fue mal: llegó a jugar a nivel profesional y fue internacional con Gran Bretaña. Mandó una foto firmada del equipo al doctor que dijo que nunca podría representar a su país de nuevo.
En la actualidad Derek cuenta ya con cincuenta y ocho años y se dedica a dar charlas motivacionales, contagiando con su fuerza y emocionando con su historia a todo tipo de audiencias, desde trabajadores hasta estudiantes.
Puede que nunca ganase un título importante con su equipo. Desde luego, nunca cosechó un gran número de medallas, como sí lo hicieron Carl Lewis. Por cierto, en aquella carrera en Barcelona 92 terminaría siendo descalificado por recibir la ayuda de su padre.
Todo lo contrario que en la vida de fe, que si llegas a meta hecho una mierda , al lado de tu padre, ganas.
No me digáis que no es una historia maravillosa.
Muy buena historia.
ResponderEliminarEmociona la reacción del padre. Algunos hemos tenido la suerte de tener unos padres así.
ResponderEliminarEs una bonita historia de superación. Qué mala pata, en sentido literal.
ResponderEliminarTe voy a hacer una reflexión, como dice mi suegra: este chico era joven y estaba en el punto culminante de su carrera.
Rafa Nadal, sin embargo, tiene 38 años y quiere seguir compitiendo a costa de hacer el ridículo en las pistas. La competición se ha convertido en algo adictivo que rechaza todos los límites del cuerpo.
Pienso que alguien debería hacerle una reflexión.
Recomiendo leer " Open", la biografía de Agassi. Brutal. El mundo del tenis por dentro.
EliminarEl único que hace el ridículo aquí eres tú.
EliminarY tu amigo chucho.
Que os follen.
Que sí, hombre, que sí, que ya lo sabemos. Pero no deje de leernos.
EliminarNole: nadie quiere descender a su nivel de Vd.
EliminarNosotros NUNCA hacemos el ridículo. No debemos justificarnos ante nadie. Somos libres.
Vd. es un hombre des-moralizado: sin moral. Vd. sucumbe bajo el peso de su propia libertad. Quizá sea a-moral.
Vd. nace programado, como un chucho, como cualquier otro animal. No es capaz de inventarse y darse forma a sí mismo en el marco de su libertad autónoma, carece de argumentos. Solo sabe insultar.
Si no le gusta este, haga un blog propio. Aunque sea con una visita diaria: la suya.
He olvidado: le envío una canción de Céline Dion: "cuando uno no tiene más que el amor".
Eliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=pox1p5DrNgg
Nole ya no lee esto hasta mañana. Ahora está comiendo en su centro. Trabaja en el AOP en la delegación.
EliminarNo sé enfade Sanyi, sólo cumple con su deber.
Un chucho en toda regla.
EliminarSolo espero que le recojan las cacas cuando sale a pasear.
El autor de este blog sí ganaría una medalla, la medalla al más vago. Sería emotivo también. Se la merece como nadie. Un aplauso.
ResponderEliminarPues no seré yo el que diga que no. Nunca lo negué . Es más: presumo de ello.
EliminarQué maraviiiilla!, que diría el gigante don Juan A. González Lobato
ResponderEliminarDon Juan Antonio, un GEO de las cosas de Dios. Un alma grande. Cumplíamos años el mismo día y nos llamábamos cada 25 de diciembre
EliminarA mí, los curas de ahora me interesa poco. Son curas sin alma. Y estoy escribiendo este comentario de pie manifestando mi profundo respeto y agradecimiento por aquellos sacerdotes que marcaron mi juventud.
Suso soy enric. Me puedes decir por qué te has dado de baja de Filmin. Gracias
ResponderEliminarPorque vi que en HBO estaba los Soprano, Hermanos de sangre, la precuela de Juego de Tronos - me chifló la original. Y muchas series buenísimas que me perdí.
EliminarY como es igual de contrato, me pasé. Soy pobre y no me da para más.
Que injusto que por otro lado critiques a "Urelles", tambien un atleta pero de las finanzas y que también persigue incansablemente sus objetivos.
ResponderEliminarNo es injusto. Urelles no es un atleta de las finanzas. La pasta le vienen de herencia. Además, en caso de ser atleta, se dopa. Le diría cómo, pero me cansa este hombre. Lo que es de traca es la familia.
EliminarAcabarán mal.
por qué habrían de acabar mal? el dinero no da la felicidad pero da posibilidad de viajar, hacer fiestas etc.
EliminarNo me refiero al dinero. Eso de que el dinero no da la felicidad lo dice usted, pringao.
EliminarLa saga Urelles nos va a dar muchas alegrías. Se lo digo yo, que tengo espías
me refería a la felicidad de verdad la del filósofo
Eliminarno a la felicidad'puticlú, que es amargura sonriente
Extraña manera tiene usted e ver el dinero si piensa que sirve sólo para ir a puticlús. Por cierto, se asombraría usted de la cantidad de filósofos que frecuentan puticlús.
EliminarQué mala es la envidia.
EliminarY q malos son los tópicos y el pensamiento que no sale de los tópicos.
EliminarEs curioso, o no tanto, la obsesiòn del español medio por el puti y es que 2/3 partes de los hombres mayores de 25 años han pàsado por allì o los frecuentan por una razòn sencilla: en España no se liga y menos en el interior de secano.
ResponderEliminarSuso porque tienes tanto odiador echandote mierda? Q es envidia lo q te tienen o has ido por la vida rompiendo crismas?
ResponderEliminarPienso que hay de todo. En realidad , no echan tanta mierda. Me preocuparía si denunciasen asuntos turbios de mi vida, y lo agradecería ( descubrir algo nuevo y malo de uno es una oportunidad de pedir perdón) pero no salen del insulto tipo "hijo de puta", "hipócrita", "muérete viejo" " folla madres"- que está mal eso de andar de flor en flor, pero eran cosas de dos, de la madre, y de un servidor. En fin, cosas que , no sé, son muy universales. Luego hay gente que me odia. Odio de verdad. Y después los cortitos con sifón que oyen un encargo de lo alto.
EliminarPero esta gente es muy importante en este blog. Me los quiero mucho. Y lo digo de verdad. El odio une mucho: es la otra cara del cariño.
Ahhh te has debido pasar por la piedra a la madre de alguno… y no han terminado de superarlo… Eso me cuadra más. No me encajaba nada q hubieras roto la crisma a nadie…
EliminarPues creo que no es eso. Estoy más que seguro. Oiga, lo que pasaba en Las Vegas, quedaba en Las Vegas.
EliminarPues crismas, los de Navidad, esos los rompía todos. Al menos yo.
ResponderEliminarEstamos de acuerdo que con un Papá apoyando a James Martin y callando ante la blasfemia parisina, ya nos fuimos al averno?
ResponderEliminar¡Y lo que no sabemos!
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